Estos son nuestros hijos

Estos son nuestros hijos

Alfredo y Odette Vallendor, argentinos, Miembros de la Obra Familiar de Villa Ballester.

Yo, Odette, -hoy de cuarenta y cuatro años de edad- recuerdo el año 1947, cuando en una tarde de invierno, sentadas en el jardín de infantes de las Hermanas de María en Villa Ballester, la Hermana Úrsula nos relató la vida del Padre Kentenich, que estaba por llegar de visita a la Argentina. Aún estando preparadas, el impacto fue enorme. Me parecía tan majestuoso y, sin embargo, tan paternal y tan bondadoso. Me tocó estar también unos días en Uruguay durante su visita, y pude observar que tenía la misma actitud hacia todas las personas.

Reencuentro en la tierra del exilio

El 18 de marzo de 1951 –antes de su exilio– volvió a pasar por Villa Ballester. No esperaba que me reconociera. Sin embargo, sin titubear nos saludó a Alfredo y a mí (ya estábamos casados y con Úrsula de 6 meses), preguntó, se interesó por lo nuestro… Al final le dio su bendición a Úrsula, lo que nos emocionó hasta lo más profundo, porque en él todo era vivencia. Pasaron los años, el Padre en el exilio y nosotros en nuestra vida cotidiana. Lo acompañábamos siempre en espíritu, escuchando con todo el corazón cuando llegaban las escasas noticias sobre su persona. Hasta que llegó el gran día que la Mater nos había preparado: el reencuentro con el Padre allí en la tierra del exilio. No podíamos creer que iba a tener tiempo para nosotros, que éramos tan sólo un matrimonio, uno de los tantos del continente sudamericano. No creíamos que volvería a recordarnos. Sin embargo, al llegar a Milwaukee, el Padre Carlos Boskamp nos comunicó con él por teléfono. Mi emoción fue tan grande que no recuerdo ni una sola palabra de lo hablado (eran todas preguntas que fui contestando). A la mañana siguiente celebró la Misa en el Santuario. No puedo describir lo que sentí al verlo llegar revestido para celebrar… era como si fuera de otro mundo…

Los hijos

Más tarde pudimos saludarlo personalmente. ¡Qué felicidad! Lo primero que hizo fue preguntar por los hijos. Le mostramos una foto, la tomó y exclamó: “Das sind unsere Kinder” (Estos son nuestros hijos). Lo dijo con tanta afirmación que hoy todavía le rezo y pido (con todas las preocupaciones que uno tiene por cada uno): “Padre, se trata de nuestros hijos”. Y no nos ha abandonado ni una sola vez…

El encuentro era risa, felicidad y felicidad… Así será, seguramente, un día en el cielo cuando veamos a nuestro Padre celestial: no habrá sombras. Lo mismo experimentamos a la tarde cuando lo encontramos en el cementerio: ¡cuánta paternidad vivimos en esos breves instantes!

Tan Padre para con nosotros y tan hijo ante Ella

Así llegó el tercer día. Antes de partir volvimos al Santuario a fin de renovar con él todas las consagraciones que habíamos hecho en Argentina. Antes de nosotros había dos matrimonios portorriqueños. El Padre estaba arrodillado en el altar. Luego de escuchar su consagración, le pidió a la Mater por ellos con las palabras: “Please, Mother” (Por favor, Madre). El Padre, un hombre anciano de cabellos blancos, con una larga vida tras de sí, pedía a la Madre con la dulzura de un niño y la seguridad del anciano, como si ella estuviese ahí en persona, que aceptara a esos matrimonios. No es posible expresar con palabras lo que era ese cuadro. Después nos tocó el turno a nosotros. Tenía tiempo, no se apresuró, escuchó y le habló a la Mater pidiéndole por nosotros. Para él era eso tan importante como si fuéramos grandes personajes. Habló de nuestro pasado, de nuestros hijos, aceptó y le entregó a la Madre lo nuestro. Le agradeció a ella por todo lo que nos había dado. Allí hemos vivido la cercanía de la Mater como nunca lo habíamos hecho anteriormente. El Padre se mostraba tan Padre para con nosotros y tan hijo ante ella. Después de darnos su providencial misión para nuestra Patria (llevar el Santuario-Hogar) nos despedimos. Su “auf wiedersehen” (hasta la vista) fue dicho con tanta afirmación que estábamos seguros de volverlo a ver en nuestra patria… No ha sido así. Pero hoy estoy segura que él nos espera en el cielo, y que no nos abandonará.

Extracto del libro “Testimonios sobre el Padre José Kentenich” recopilados por el Padre Esteban J. Uriburu. 1972