No quedé defraudado

No quedé defraudado

Pedro Santos, argentino, ingeniero mecánico, padre de dos hijos.

El 4 de mayo de 1965 llegué a Nueva York, en camino a Milwaukee, para visitar por primera vez al Padre Fundador. Nueva York era la estación forzosa de todo peregrino schoenstattiano y la impaciencia por conocer personalmente al Padre Kentenich desaparecía momentáneamente con el encuentro de una comunidad que vivía según los consejos y el ejemplo del Padre Fundador. En Brooklyn me sentí acogido en una comunidad de hermanos. Fue allí donde una noche el Padre Carlos Boskamp me dijo: “El Padre Kentenich está al teléfono”. Me dio la bienvenida muy amablemente y yo le contesté con mi mejor alemán, que entendió. Cinco días después estaba en el Santuario de Milwaukee. Sentí una mano que se posaba en mi hombro: era el Padre.

Yo medía todas sus palabras

Me invitó a acompañarlo a la Misa de los apartiner, inmigrantes de habla alemana provenientes de la Europa oriental. Ese fue mi primer encuentro con el Padre Kentenich. Tuve oportunidad de hablar varias veces con él y debo decir que, como buen ingeniero, yo medía todas sus palabras. Buscaba en el Padre Kentenich la autenticidad de un padre del cual había oído hablar muchas veces. Y no quedé defraudado.

Su persona me inspiró un gran respeto. Su actitud frente a los misterios que celebraba en la Santa Misa, la forma en que hablaba de Dios y de la Santísima Virgen me hicieron experimentar lo que es un sacerdote. Sus prédicas en la Iglesia de St. Michael a la colectividad alemana de Milwaukee fueron para mí un mensaje muy realista y fuerte. Nos hablaba de la cruz, del dolor que nosotros los hombres tenemos que saber sobrellevar sin acobardarnos. Puedo decir que con su palabra y su ejemplo me mostró una actitud auténticamente cristiana de cómo debo afrontar la vida en unión con Cristo y María.

La persona que más ha marcado mi vida

Me mostró también ideales por los cuales vale la pena luchar y sacrificarse, tales como el del hombre nuevo en la nueva comunidad y por lo tanto el nuevo orden social. Pero sobre todo aprendí de él a valorar la fidelidad como una de las virtudes más importantes del cristiano. Me aconsejó con sabiduría y sus consejos se vieron confirmados en mi vida. Me dio un ejemplo muy grande y una lección inolvidable que guardo para mí. Cuando lo conocí estaba viviendo momentos muy difíciles, poco antes que lo llamaran a Roma. Sin embargo, lo vi con una alegría que me supo transmitir, lo vi preocupado por mi situación no solo espiritual sino también material. El mismo me hizo dar alojamiento.

Quiero decir aquí que al Padre Kentenich le debo mucho y ha sido la persona que más ha marcado mi vida, a pesar del tiempo relativamente corto que lo pude tratar. Debo decir también que no me vinculó solo a su persona, sino que me supo llevar más a un Dios personal que actúa en mi vida, a la Madre de Dios y a Jesús. Me hizo comprender vivencialmente el cristianismo auténtico, ese que toma la cruz para llegar al cielo.

Extracto del libro “Testimonios sobre el Padre José Kentenich” recopilados por el Padre Esteban J. Uriburu. 1972