Mi primer encuentro con el Padre

Mi primer encuentro con el Padre

Padre Alberto Eronti, argentino.

Fue el 9 de mayo de 1966, en una mañana tranquila, allá en el Berg-Schoenstatt. La víspera había sido dolorosa, todos los intentos por ver al Padre recibían la misma respuesta: “Está muy ocupado, es imposible…” Pero, ¿es que después de haber hecho miles de kilómetros desde mi América Latina no podría estrechar su mano, oir su voz ni transmitirle todo lo que traía para él?

Aquel día 9 subí con Pedro hasta el Monte: sería el último intento, ya que a mediodía debía partir para Münster. Llegamos a la casa de formación y vimos que el Padre se recortaba algo confuso contra una ventana, estaba vuelto de espaldas y hablaba a un grupo de Hermanas. Esperamos… y rezábamos: “Confío en tu poder…” De repente vimos que las Hermanas se levantaban y la silueta del Padre desaparecía. Pedro me dijo: “¡Vamos!” Y entramos a “paso de carga” a la casa de formación. Las Hermanas de la portería no atinaron a detenernos y cuando reaccionaron… ¡el Padre estaba allí! Nos miró, venía rodeado de Hermanas (entre ellas la Hna. M. Heriberta, Superiora General en aquel entonces), se paró y les dijo: “Un momento”. Avanzó hacia nosotros y dirigiéndose a mí dijo en latín: “¡Resucitaste de entre los muertos! … ¡Dios te salve, María!” Tomó mis manos entre las suyas y siguió hablando en alemán, ya no entendí nada. Para mí había una certeza y una alegría: estaba con el Padre, estrechaba mis manos y, sin haberme presentado, ¡él sabía quién era yo! ¡El Padre me conocía!

Pasamos luego a una salita pequeña. El Padre me hizo una serie de preguntas. Pedro actuaba de traductor (a mí me importaba poco lo que me traducía Pedro: ¡yo estaba CON EL PADRE!). Recuerdo que me preguntó por mi salud (yo había tenido una grave operación), cómo había sido mi viaje, si había descansado bien y si las Hermanas me cuidaban…, luego quiso saber de la Familia (su Familia, sus hijos) en Argentina. Luego preguntó por mis padres, por mi familia… Fue corriendo el tiempo, le dije de mi alegría y mis anhelos, asintió, se rió, me miraba con ternura. Me dejó regalos, fotos, chocolates, etc., etc. Cuando me despedía de él me di cuenta que el “momento” se había transformado en casi 45 minutos y que las Hermanas seguían esperándole paradas delante de la salita… Agitó su mano hasta que desaparecí. Pedro y yo caminábamos en silencio un largo rato, al fin le dije: “Pedro ¡qué cerca estaba Dios!” Pensaba: si así es nuestro Padre, ¿cómo será Dios? Lentamente fui sacando a luz lo que había vivido en casi 45 minutos, eran muchas cosas, una cantidad de sentimientos, pero por sobre todo una certeza: el Padre me conoce, sabe quién soy, me llamó “por mi nombre”… ¡YO ESTOY EN SU CORAZÓN!

Fue un 9 de mayo, allá en Schoenstatt. Aquel día comprendí la alegría de ser hijo, el gozo de tener un Padre. Un Padre que me conoce, que por eso comprende, espera, goza, está cerca… Así y mucho más es Dios.

Extracto del libro “Testimonios sobre el Padre José Kentenich” recopilados por el Padre Esteban J. Uriburu. 1972

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