La familia cristiana: escuela de aceptación y libertad

La familia cristiana: escuela de aceptación y libertad

Autor: Raúl y Silvina Viñas

Como bien sabemos, la prolongada pandemia que estamos atravesando nos ha ido exigiendo un gran trabajo de adaptación en todos nuestros ámbitos y actividades. 

La familia por cierto no escapa a ello; por el contrario, tal vez sea la comunidad más afectada: en muchos casos por el trabajo de uno o los dos cónyuges desde el hogar, escolaridad virtual de los hijos en todos los niveles, restricciones a las salidas, falta de contacto presencial con parientes y amigos, situaciones de salud delicadas, pérdidas de seres queridos, etc. 

Sin duda, un desafío enorme para los matrimonios en cuanto a mantener una convivencia familiar armónica, en el marco de un escenario general de gran incertidumbre. 

Seguramente, todos nuestros Santuarios – Hogar estuvieron y están muy frecuentados e igualmente demandados. Qué bueno poder confiar en la Mater, ejemplo preclaro de  entrega y confianza filial, para que comprendiendo cabalmente nuestras realidades familiares, ¡actúe como eficaz intercesora ante el Padre Dios!

En este contexto excepcional – que anhelamos vaya retornando prontamente a la normalidad – si somos capaces de detenernos un poco y ver más allá de lo cotidiano, con certeza notaremos que Dios nos ha regalado la posibilidad de detectar en nuestros hijos algún rasgo, inquietud o anhelo que tal vez no habíamos percibido antes.  En definitiva, una gran contrariedad nos permitió conocerlos un poco más o mejor,  para así poder alentar en cada un todo lo bueno, ayudar a corregir algo disvalioso, fortalecer lo frágil, estimular algún talento aún en estado embrionario.

A este proceso de auto aceptación personal que cada hijo debe ir asumiendo conforme crece, corresponde también una aceptación por parte de los padres de cada originalidad que nos ha sido confiada. Más adelante, podrá o no satisfacer total o parcialmente nuestras expectativas, sin embargo, estamos llamados a cuidar de esa vida y a brindarle un marco de contención y afecto que le permita,  llegado el momento, descubrir su vocación y lanzarse en pos de su conquista.

Nuestra actitud debería ser:

  • te amo, te acepto como eres aunque tu decisión y tu camino no coincida con mis anhelos,
  • te muestro y te expreso mi estilo de vida, pero no te cierro las puertas de mi corazón,
  • te ayudo todo lo que puedo, pero intento que aprendas a vivir y asumir maduramente las implicancias de tu elección y de tu propio proyecto.

En esta misma línea, entra a jugar la educación para la libertad, entendida como la capacidad para decidir sin condicionamientos (o con el menor número posible) y asumir responsablemente las consecuencias de cada decisión. 

Cada vez más temprano, los niños y adolescentes la reclaman con mayor insistencia, aunque bien sabemos que los padres debemos regularla prudentemente para su propio bien. 

En ese delicado equilibrio por evitar tanto la rigidez como la concesión fácil, habrá que situarse adecuadamente para que los hijos vayan aprendiendo a tomar decisiones y asumir desafíos, a la par que nosotros aceptamos que eventualmente puedan equivocarse. 

Fácil de decir, no siempre tan fácil de aceptar, pero ciertamente un camino a transitar para formar personalidades recias y libres.

Este aprendizaje para la libertad, requerirá de nuestra parte una contribución muy importante: que les brindemos herramientas para adquirir criterios de valoración y discernimiento. De ese modo llegarán a construir su propia capacidad de juicio crítico sobre las distintas realidades con las que se van confrontando. Tarea que exige tiempo y cercanía, pero que asumida con amor y en la fuerza de la Alianza, puede resultar muy fecunda, aun cuando sus frutos tarden en manifestarse. 

Hace varias décadas, el Padre Kentenich expresaba claramente esta idea  en la llamada ley de la “transferencia orgánica”: 

“Dejemos que Dios nos regale  sus virtudes para ser sus reflejos (transferencia) y seamos sus instrumentos para que nuestros hijos lleguen a él (conducción) “. 

Más cerca en el tiempo y con una visión “aggiornada” de la familia cristiana, el Papa Francisco nos lo expresa en la Exhortación Apostólica “Amoris Laetitia”, en estos términos:

“La Iglesia está llamada a colaborar, con una acción pastoral adecuada, para que los propios padres puedan cumplir con su misión educativa. Siempre debe hacerlo ayudándoles a valorar su propia función, y a reconocer que quienes han recibido el sacramento del matrimonio se convierten en verdaderos ministros educativos, porque cuando forman a sus hijos edifican la Iglesia, y al hacerlo aceptan una vocación que Dios les propone “. (A. L. Cap. 3 N° 85)



Raúl y Silvina Viñas

Federación de Familias – San Isidro