Año Mariano Nacional: “María, Compañera y Colaboradora de Cristo”

Año Mariano Nacional: “María, Compañera y Colaboradora de Cristo”

“Tres días después se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús también fue invitado con sus discípulos. Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: ‘No tienen vino’.

Jesús le respondió: ‘Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía’. Pero su madre dijo a los sirvientes: ‘Hagan todo lo que él les diga’.

Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una. Jesús dijo a los sirvientes: ‘Llenen de agua estas tinajas’. Y las llenaron hasta el borde. ‘Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete’. Así lo hicieron.

El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su origen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y les dijo: ‘Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento’.

Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él.” 

(Juan 2, 1-11)

Oración del Año Mariano Nacional

(Se encuentra en la introducción al trabajo)

Reflexión

1. Algo de historia

Cuando en los albores de Schoenstatt, en abril del año 1915, uno de los maestros del seminario menor de los Palotinos, el sacerdote Huggle, le regaló al Padre Kentenich el cuadro de la Virgen que había comprado por 23 marcos en un anticuariado de Friburgo (Alemania), no imaginaba que ese peculiar regalo sería el signo distintivo más propios de nuestro Movimiento. 

El Padre Fundador aceptó el regalo por diversas razones. El incipiente grupo de Congregantes que había comenzado el camino de la Alianza el 18 de octubre de 1914, se reunía en la capilla dedicada a San Miguel que aún no tenía una imagen de María. El Padre la tomó y colocó el cuadro en el centro, desplazando a la izquierda la imagen de San Miguel, que se hallaba en el medio del altar. 

Coherente con su forma de actuar, el Padre Espiritual visualizó en este hecho “casual” la voluntad de la Providencia. Él no sabía que el pintor se llamaría Luigi Crosio y que su título original del cuadro era “Refugium peccatorum”, Refugio de los pecadores. 

Una segunda razón por la que la aceptó es que la Virgen no estaba sola, sino con Jesús. Esto correspondía a su concepto de María: ella nunca debía verse sola sino junto a su Hijo. Ambos se pertenecían en una unidad muy estrecha, imposible de imaginarse. La imagen de Luigi Crosio lo expresaba así.

La tercera razón era que, a diferencia de los profesores y autoridades palotinas, a los jóvenes les atrajo desde un primer momento: María se presentaba cercana, sonriente, maternal y humana. Ellos, que estaban lejos del hogar y con nostalgia de sus madres, veían en la Virgen a la madre que los cobijaba, acariciaba y les regalaba compañía. Hoy no podríamos imaginarnos a Schoenstatt sin la imagen de la Mater. La designación como Mater ter admirabilis llegó un tiempo más adelante, pero esto sería demasiado de contar aquí. 

2. Lo más propio de la persona de María 

La semejanza entre Cristo y su Madre fue más que en lo físico, más que en el ADN. Los eruditos afirman que hijos varones se parecen, por lo general, más a su madre que a su padre. En el caso de Jesús esto tiene que haber sido así, pero no por ser hijo varón, sino porque -si creemos en el dogma de la Virginidad de María- no tuvo un padre humano. Es normal que toda persona reciba algo de su madre y de su padre. En el caso de Jesús, todo fue de María: su cuerpo, sus sentimientos, sus afectos, su voluntad, sus pulsiones, toda la dimensión humana. 

Esta semejanza tan particular respondía a algo superior a la ley de consanguinidad. Su maternidad fue mucho más que maternidad: fue acción corredentora al lado del Redentor. 

Los teólogos lo definen como el “carácter personal” de María. La idea directriz que reúne todo lo que se puede hablar y pensar de la Virgen. Desde que comenzó la reflexión teológica sobre María, se pesó en este “común denominador”, este pivote alrededor de la cual pudiera ordenarse los privilegios y los dogmas marianos. 

Siguiendo a un teólogo alemán, uno de los fundadores de la Mariología como ciencia teológica, Matías José Scheeben (1835-1888) el Padre Kentenich pensó que esta idea ordenadora podría ser la “maternidad esponsal”. Pero fue más allá: concluyó y expuso el carácter personal de María en la expresión: 

“María es la compañera y colaboradora de Cristo en toda la obra de la salvación”

Según el P. Kentenich, este es el ideal personal de María y lo expuso con gran claridad en el retiro que dio a sacerdotes en septiembre de 1941, antes de que la Gestapo lo tomara prisionero en Coblenza. Allí diseñó él lo más específico de la Mater. 

Vamos a analizar estas dimensiones con actitud reverente, con el corazón henchido de gozo y gratitud a Dios. Creemos que Dios Padre eligió a María para su hijo, para que juntos, en una misteriosa alianza de vida, redimieran el mundo.  

3. María, Compañera permanente de Jesús  

La palabra “compañero” puede interpretarse en un sentido muy superficial, por ejemplo, compañero de trabajo, de tenis, de hockey o de bailes. Pero puede definir algo más serio: el compañero es como un amigo que siempre está: es el cónyuge o mi pareja, “mi compañero de vida”. 

Hemos tenido -seguramente- compañeros en este segundo sentido. Traerlos a la memoria nos ayudará a entender esta primera dimensión del ideal personal de María: compañera permanente de Jesús. 

Compañero es aquél que acompaña. Es un apoyo y tiene un vínculo más o menos estrecho que, por lo general, nos hace mucho bien. Con este compañero hemos transitado etapas de la vida, cultivado anhelos comunes y experimentado una saludable armonía. La palabra proviene del latín, “comedere” y “panis”, que significa “comer” y “pan”. De allí derivan también las palabras acompañar y compañía, actitudes propias de todo compañero. Presupone la unidad y se cultiva la empatía y la reciprocidad. 

Los compañeros son ayuda y apoyo en las buenas y en las malas, son los que nos estimulan en momentos de soledad y dificultades. La relación se va forjando a través de acuerdos y diálogos; presupone ceder, proponer, escuchar. Es algo más que camaradería: el compañero comparte alegrías, desahogos, viajes, trabajos sociales y apostólicos.  

María fue la compañera de Jesús. En realidad se acompañaron mutuamente: María lo acompañó a Jesús y Jesús la acompañó a ella. En esa relación tan única, se perciben las dimensiones de compañerismo que acabamos de señalar. 

Las etapas de esa compañía tienen nombre, vivencias y lugares: Nazaret, Belén, Egipto, Templo, Caná de Galilea, vida pública, pasión, vía crucis, Gólgota, Cenáculo y Cielo. En cada momento trascendente en la vida del Señor estuvo ella. No como la mamá nutricia que malcría a su hijo y le impide vivir la libertad y las experiencias dolorosa de la vida, sino como estando: “junto a la cruz de Jesús ESTABA su madre”, señala san Juan. Su compañía no nació tampoco de la curiosidad o de la actitud entrometida de la persona curiosa, la que “se mete en todo”. Su compañía fue destino, elección y vocación. Fidelidad hasta el fin del encargo en la Anunciación: “Dios te ha favorecido… Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo… reinará en la casa de Jacob para siempre y su reinado no tendrá fin” (Lc 1, 30.32.33). 

Es llamativo que en los Evangelios no se hable demasiado de ella. Sólo se la menciona en los más trascendentes: acompañaban al Maestro junto a otras mujeres (Quizás el contexto semítico y judío en que se escribió el Evangelio no permitió que se la mencionara más). La Iglesia primera la presentó siempre como la que estaba junto al Señor, no sólo en el momento de Belén. 

4. María, Colaboradora permanente de Jesús

La realidad de un colaborador se puede asociar a la de un “socio”. Socio proviene de “socius”, que significa acompañante en el trabajo. En una sociedad -sea civil, cultural, humanitaria o religiosa- cada parte aporta lo suyo. Ambos se comprometen a realizar una tarea que los beneficia a ambos y a los demás. La sociedad se constituye en base a un fin que la justifica. 

Los socios y colaboradores mantienen un vínculo que puede ser estrecho o no, dependiendo de las personas, del estilo de asociación y de la aportación de cada uno. Ambos se convierten en parte activa y se involucran.  

Maria fue colaboradora oficial y permanente de Jesús en la Obra de la Salvacion. El Padre Kentenich define esta colaboración de María, dependiente y subordinada a Jesucristo. No son socios iguales, pero están en relación y coordinación en función a la obra de Jesús de la salvación del mundo y la liberacion del pecado. María es su socia porque Jesús la eligió para esa tarea.

Otra expresión que el Padre Kentenich suele utilizar para definir la tarea de colaboradora de María es “diaconiza”. En una oración del Hacia el Padre la describe así: 

“A ti, Madre, te escogió el Señor como Colaboradora
para la salvación del mundo; fiel y nupcialmente
lo secundas en todo momento como Diaconisa;
con tu virginal reciedumbre eres quien aniquila a la Serpiente.
Preparas a Jesús como ofrenda, con silenciosa servicialidad.
Como Diaconisa, en el Templo, presentas al Padre la Ofrenda.
Con Cristo, en el altar de la cruz, te entregas a nosotros como ofrenda.
El Señor da sus gracias a quienes las procuran.
A través tuyo él da las gracias, como frutos del sacrificio.” (HP, 224-228).

En esta maravillosa oración del “Angelus” del Hacia el Padre” el Padre Kentenich menciona las tres dimensiones de esta colaboración de María: Ella prepara el sacrificio. Ella asiste al sacrificio y lo hace suyo. Ella reparte los frutos de ese sacrificio. Por estas dimensiones, la Teología llama a la Virgen “Corredentora” y “Medianera de las gracias”.  

5. En toda la obra de la salvación 

María es compañera y colaboradora del Señor en todos los momentos de la vida. Desde la Anunciación hasta la Asunción al cielo ella ha estado y estará siempre a su lado, asociada a Él. Entre estos dos momentos centrales, el Evangelio nos narra escenas y palabras de María que refuerzan esta verdad: está con Jesús visitando a Isabel, canta la realidad de esta unión en el Magnificat, lo presenta a su Hijo al templo y lo busca en Jerusalén cuando Él se pierde entre los doctores de la ley. Ella está en el primer “signo” del Señor, cuando convierte por su petición el agua en vino; lo acompaña y es alabada por cumplir la voluntad del Padre. Está en la Cruz y en el Cenáculo. Hoy comparte a su lado la realeza de Cristo y la gloria del Cielo.  

En Schoenstatt tenemos un símbolo que expresa en forma maravillosa esa “bi-unidad” (Padre Kentenich): es la Cruz de la Unidad. Si meditamos este símbolo, sacaremos muchas consecuencias para nuestra oración y espiritualidad. Es la manifestación de la glorificación del Hijo en la que asocia a su Madre, así como hoy la tiene consigo en el Reino de los Cielos. 

6. Las consecuencias para nosotros

La escena de la cruz nos remite a la realidad de que Maria es nuestra Madre. Ella fue entregada a Juan como símbolo de todos los hermanos de Jesús. Si esto es así, salvando las distancias, podemos imaginarnos una doble consecuencia de enorme importancia para nosotros: 

A. María también es nuestra compañera y colaboradora en la vida. Como compañera es especialmente nuestra madre. Como colaboradora, nos ayuda a vivir nuestro ideal personal, nos educa a ser personalidades libres, filiales y solidarias. Podemos recurrir a ella cuando estamos en peligro o cuando deseamos crecer en la vida y ser fecundos para otros. 

B. Al mismo tiempo, cada uno de nosotros puede ser, como María, compañero y colaborador de Jesús en su camino redentor. Lo hacemos cuando revivimos la vida de María y estamos acompañando a los hermanos en sus desvalimientos y necesidades, en su vivencia de cruz y sufrimientos. 

Ambas dimensiones tienen una implicancia extraordinaria, sobre todo si la vemos en el contexto de la Alianza de Amor que sellamos con la Mater. Esta Alianza es asumir el legado de Jesús desde la Cruz e identificarnos con San Juan, que “la hizo suya” y “la llevó a su casa”. Es el Santuario corazón vivido en plenitud. 

7. Textos del P. Kentenich

a. María, compañera de Cristo

Lo que la historia nos ha sabido narrar, una y otra vez, acerca de mujeres pertenecientes a la realeza ha sido totalmente superado por María. Ella es, en verdad, la Compañera del Rey de todos los mundos: “consors Christi”, Compañera de Cristo.

No existe en los planes del Dios eterno imagen alguna de María que esté separada de Cristo; sólo por él y a través suyo ha sido decidida. Pero del mismo modo tampoco hay en los designios de la eternidad ninguna imagen de Cristo separado de María. Quien separa a Cristo de María se construye una imagen de Cristo según su propio arbitrio. 

El arte cristiano da cuenta de esta realidad, tanto en forma consciente como instintiva. La inmensa mayoría de las imágenes de María son imágenes de Cristo. Éstas presentan a la Madre con su Hijo divino, o bien a la Madre de los dolores con el Salvador del mundo inmolado sobre el altar vivo del sacrificio que es su regazo materno. Sobre las imágenes de la Inmaculada resplandece la gloria del Señor, en virtud de quien ella quedó intacta de toda mancha del pecado original. Es Cristo quien, en su Asunción, la lleva a casa, a su gloria celestial. Todas estas imágenes corresponden al prototipo divino: Dios no pensó, ni vio, ni quiso nunca a María de otra manera sino en la más íntima e inseparable comunión con Cristo. (…)

María es la Compañera de Cristo durante su caminar por la tierra, desde la encarnación hasta su sepultura.

Ella está siempre presente. En el silencio orante de Nazaret, le está dado pronunciar su fiat receptivo que ha de ocasionar el comienzo de nuestra salvación (…) Y a partir de entonces, María queda unida inseparablemente a Cristo para siempre. Rica en fruto precioso, ella lleva, como verdadera “Theophora” (portadora de Dios), al Salvador del mundo a través de las montañas de Judea hacia su pariente Isabel. (…) Pocos meses después, la Madre virginal lleva al Señor del mundo en una maravillosa visita del Señor que unge y sana a los enfermos hacia Belén: en efecto, el mundo entero debe recibir el más digno Bien. Y después vienen los pastores y los sabios del lejano oriente: ellos encuentran al Niño en brazos de su Madre, le ofrecen sus dones entregándoselos a su Madre. En brazos de María, el Salvador del mundo ofrece en el templo el sacrificio matutino de su vida. En Simeón y Ana se acerca la más noble piedad y la más pura expectativa del Mesías de la antigua alianza, para encontrar en brazos de María la salvación del mundo, la luz de los pueblos y el consuelo de Israel. Siguen los años en Egipto y después en Nazaret, y la maravillosa comunidad de casa y mesa de Jesús con su Madre. 

Podemos considerar como algo seguro que María, en esa cercanía a Cristo, alcanzó una comprensión perfecta del Antiguo Testamento, tal como era posible, humanamente hablando, antes de su cumplimiento a través de la muerte y resurrección de Jesús. De ese modo, María se encuentra ante nosotros en la infancia y en la vida oculta de Jesús como la más solícita alumbradora y cuidadora de Cristo, pero ya aquí también como la más dócil discípula de Cristo que conservaba y meditaba en su corazón virginal todo aquello que Jesús decía.

Así es María, más aún en los tres años siguientes de la actividad pública de su Hijo divino. El que quiera comprender aquí correctamente su posición como Compañera de Cristo ha de considerar lo siguiente:

– En los tres años de su actividad pública de enseñanza, Cristo es, en primer lugar, el heraldo de la verdad eterna ante quien debe inclinarse todo. En su tiempo de pasión, él calla para ofrecerse, a partir de ese momento, por todos nosotros como Salvador del mundo. 

– María, como representante de toda la humanidad y como consecuencia de su misión en la encarnación, debe ofrecer al Dios hecho hombre lo que todos nosotros deberíamos y, por lo menos en cierta medida, podríamos también haberle ofrecido: silenciosa obediencia de fe, como también participación en el sacrificio salvífico de la nueva Cabeza de la humanidad. (…)

– De acuerdo al relato bíblico, María sólo pronunció dos frases durante la vida pública de Jesús: un pedido y una invitación a sus discípulos y, con ello, también a nosotros: “No tienen vino” (Jn 2, 3). En respuesta a esa delicada petición “dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos”. ¿Podremos ver en ello una indicación en el sentido de que María, como en la encarnación, debía pronunciar también aquí, de acuerdo al designio de Dios, la “palabra que ocasiona” la “hora de la gracia”? Ella deberá pronunciar aún a menudo esa palabra como Mediadora universal de gracias. 

La invitación que María agrega a los discípulos revela, no obstante, la inquietud de su corazón: “Haced lo que él os diga” (Jn 2, 5). Ha llegado la hora de Cristo. Su voluntad y su deseo son solamente que se abran a él todos los corazones.

Llegan ahora los días oscuros y difíciles de la semana santa. El Salvador del mundo se prepara para ir al sacrificio por todos nosotros. Allí, María sale del ocultamiento en que se encontraba hasta ese momento a fin de ascender con él, como Compañera en el sacrificio, al monte Calvario y unirse, incorporándose como nueva Eva, a la entrega sacrificial de Cristo. Su corazón virginal y maternal, en su sufrir con él, es como un precioso cáliz sacrificial que recoge las gotas de la sangre del Salvador del mundo por todos nosotros.

María es la que participa de la gloria pascual del Resucitado. La imaginación piadosa piensa que el primer desplazamiento y el primer saludo del Resucitado fueron dedicados a su Madre, quien fue la única que nunca dudó en su fe en él, que nunca vaciló en su fidelidad a él, incluso cuando hasta la misma roca de la Iglesia era sacudida. Nosotros participamos de todo corazón en la alegría pascual de María.

Y después, ella debe participar de su gloria celestial. Debe morir, por cierto, tal como él se sometió libremente a la muerte; pero su muerte no será una dolorosa destrucción, sino el amoroso apagarse de una candela que se consume en el fuego del amor de Dios hasta la última gota. Su cuerpo virginal no será botín de la muerte y de la tumba. La omnipotencia de Cristo resucitó su cuerpo para la vida eterna; ella ha sido asumida en cuerpo y alma en la gloria del Señor. Desde ese momento, María reina a la derecha de Cristo en la gloria del cielo, para interceder por todos nosotros. (De: Estudio escrito en Milwaukee, Estados Unidos) 

b. María, colaboradora de Cristo

Digamos, en primer lugar, cómo NO debe pensarse esta unión. Podemos ponerlos una junto al otro, presentar su relación como la más estrecha, pero nunca debemos colocarlos al mismo nivel. Desde nuestra perspectiva, la grandeza de María es ilimitada. Scheeben dice: relativamente infinita. Una imagen para ilustrarlo: me encuentro a orillas del mar y veo ante mí la vasta e ilimitada superficie de agua, sin ver en ninguna parte la otra orilla. Desde mi perspectiva, el mar es ilimitado. Pero yo sé, sin embargo, que tiene límites y orillas. Así también sucede con María. Ella posee una grandeza y dignidad casi ilimitadas, pero sin embargo, se encuentra a una distancia infinita de Cristo, el Dios eterno e inconmensurable. 

¿Cómo no ha de pensarse, entonces, la actividad colaboradora de María en la obra de salvación? ¿Cómo no debe pensarse ese estar juntos, uno al lado del otro, de Cristo y María? 

No como de igual tipo, no como de igual valor, pero sí como de igual orientación.

¿Cómo debe pensarse la actividad colaboradora, ahora con más exactitud y detalle? 

Una actividad preparatoria; una actividad redondeante y, en parte, embellecedora; una actividad vicaria (de representación) y una actividad simbólica.

María es Colaboradora en toda la obra de salvación: en la encarnación, en el sacrificio de la cruz y en la distribución de las gracias, por mencionar los puntos culminantes… (De: Ejercicios espirituales para sacerdotes, 1941)

Preguntas para la reflexión y diálogo

(Sugerencia: Ponte en clima de meditación. Recién en ese ambiente interior, toma un cuaderno y escribe la primera pregunta. Tómate tiempo para reflexionarla. Escribe lo que meditaste: ¡Es importante que escribas la respuesta! Después puedes compartir tu respuesta con los participantes (cónyuge, grupo). Lo mismo deberías hacer con las otras preguntas. ¡Te será de gran ayuda!).

1. ¿Hemos sentido a la Mater como nuestra “compañera” de vida? ¿En qué momentos? ¿De qué forma?

2. ¿Sientes que eres un “colaborador” de la Mater y de Jesús? ¿Dónde lo experimentas? ¿Qué haces al respecto?

3. Hay dos palabras de María en la vida pública de Jesús. ¿Qué significa para vos esas dos palabras: “No tienen vino” y “Hagan lo que Él les diga”?


REALIZAR TALLER IV: “Habitada por el Espíritu Santo”