Había una vez un búnker

Había una vez un búnker

Autor: Hugo Barbero


Había una vez…

Muchos relatos infantiles comienzan con estas palabras, son palabras que captan la atención del oyente, generalmente un niño, y abren la puerta a la imaginación siempre dispuesta a volar alto, tan alto como lo permitan el oyente, el relato y el relator.

Pero una vez fue distinto. Y esa vez fue real. Un hombre fue confinado en el interior de una celda subterránea en la ciudad alemana de Coblenza. El lugar había sido inicialmente una sucursal bancaria, luego devenido en prisión.

El hombre en cuestión inició su jornada muy temprano y, luego de la Eucaristía, caminó los 7 km que mediaban entre su casa y la ciudad de Coblenza. Lo hizo serenamente, a pesar de que sabía que ese podría ser un viaje sin retorno, de final incierto, sin seguridades humanas.

Luego de una espera con la intención de desgastarlo, lo confinaron al búnker: un lugar pequeño, sin calefacción, sin ventanas al exterior, sin ventilación adecuada, inhóspito, hostil.

Cuando el cuerpo es inmovilizado solo la mente puede estar en movimiento. Es entonces cuando la imaginación, (“la loca de la casa”, según Santa Teresa) siempre dispuesta a volar alto, hace su tarea. Aparecen la incertidumbre, las dudas, las inseguridades, el miedo…¿hasta cuándo durará esto? ¿qué seguirá después? ¿habrá un después?.

Los minutos y las horas se transformaron en días y semanas. Sin embargo, extrañamente, el encierro y los pensamientos no lo perturbaron, no fue víctima de la rutina estrecha propia de un espacio exterior también estrecho. 

Lejos de eso, se refugió en su interioridad. Ese sí  que era un espacio ilimitado, un espacio construido a través de largos silencios y soledades humanas, un espacio habitado desde sus días de infancia por una presencia etérea e invisible, pero cercana y real: una Mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies.

Se sintió profundamente hijo, de la mano de Ella transitó ese camino sin saber a dónde lo conduciría, no parecía importarle  el destino final, pero sí su compañera de ruta.

Un mes después quienes lo habían confinado esperando ver el desmoronamiento de un hombre, no supieron ver que era «un niño» quien estaba frente a ellos, no pudieron comprender que ante un exterior angustiante solo se es libre desde una interioridad filial, anclada en Dios.

La vida, con sus circunstancias cambiantes e inesperadas, nos coloca en situaciones que nos permiten vislumbrar y comprender (no sólo saber) los procesos vitales que recorrieron quienes nos precedieron y nos legaron este camino de confianza filial.

“La repetición de actos cargados de valor genera actitudes”. Generan confianza filial, paciencia, confianza, libertad interior…aún en cuarentena.

Este es nuestro búnker. Este es nuestro momento.

“La Madre cuidará perfectamente”

Hugo Barbero