De la Asunción de María al sentir del pueblo fiel

De la Asunción de María al sentir del pueblo fiel

Autor: Padre Pablo G. Pérez

El vínculo con la Virgen María a lo largo de la historia de la Iglesia siempre tuvo una calidez particular. Se experimentó fuertemente su presencia y cuidado maternal. Prueba de ello es esta celebración de la fiesta de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos.

Desde muy temprano en el cristianismo, estuvo presente esta creencia. Por su lugar especial en el plan de salvación se cree que no corrió la misma suerte que el común de los mortales. De hecho, en la historia del pensamiento de la Iglesia, se generó un debate en torno a la pregunta sobre si María murió o no. Los teólogos han debatido al respecto. En oriente hay una fuerte creencia de la dormición de María. Aunque no es un tema cerrado, el Papa Pio XII en 1950 proclamó el dogma de la Asunción: “La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo”. Es decir, María fue llevada en cuerpo y alma al cielo, por lo que su cuerpo no experimentó corrupción alguna.

Nos cabe la pregunta sobre la fuente de este dogma ¿Qué base bíblica tiene? Parecería que poca.  ¿Y por qué lo creemos entonces? ¿Porque el Papa lo decreta? ¿Qué fundamento tiene el santo Padre para hacerlo?

María en la vida de los fieles

Nuestro Padre y Fundador, y luego también el Concilio Vaticano II, describieron a María como la asociada, cooperadora y colaboradora permanente de la obra de la redención. Por esta misión que Dios le confía radica su valía. Esa es su misión, su Ideal Personal, podríamos decir en nuestro léxico schoenstattiano.

La manera en que María lleva a cabo su colaboración es entrando en una relación cercana y afectiva con los fieles cristianos. Es allí donde la Virgen María, de manera totalmente espontánea y natural, se manifiesta con toda su grandeza y esplendor. Ella es la que vuelve a dar a luz a su hijo en cada uno de los fieles que el abren el corazón.

Esta realidad viva compartida de una creencia, de una verdad de fe, en la Iglesia, se denomina en teología, “sensus fidelium”. Quizás esta experiencia no tenga una reflexión acabada de lo que esa verdad implica. Sin embargo, no significa que esta verdad no sea razonable y mucho menos que los creyentes no hayan hecho un juicio, espontáneo quizás, pero juicio al fin, de la razonabilidad de esa verdad.

El “Sensus fidelium”, plasmación de una manera de conocer

La vinculación a María es un clásico ejemplo de este sensus fidelium. Para los fieles aún sin conocer intelectualmente bien cómo y porqué, María es su madre. Ellos ya lo experimentan así, lo sienten y lo viven de esa manera, con una seguridad instintiva tal que les resulta una obviedad y se desconcertarían si alguien les pusiera en duda tal verdad.

Formular un discurso teológico sobre María en el sentir de los creyentes implica un minucioso ejercicio hermenéutico que busque captar lo que realmente los fieles piensan, viven y creen.  Se debe ir más allá de las palabras que se utilicen para ver lo que ellas quieren expresar. Al estar todo este mundo expresado generalmente en un lenguaje simbólico, lo denotado con lo expresado no es de acceso inmediato ni directo. Por ello no alcanza quedarse simplemente en la imagen o palabra, hay que trascenderlas y buscar aquello que denotan, para lo cual el ejercicio hermenéutico es fundamental.

La hermenéutica en este sentido, es de vital importancia, ya que da cuenta de esta distancia entre significante (la palabra) y su significado real, y procura, en lo que se pueda, salvarla. Habría que aclarar que el discurso teológico científico y el sentir de los fieles se valen de dos maneras distintas de pensar. Estamos frente a dos formas de conocimiento, dos vías de acceso a la verdad, distintas. Una de corte más racional, ilustrada, especulativa y discursiva; y otra basada en la experiencia y por lo tanto más irreflexiva, pero no por ello menos eficiente, real, verdadera y razonable.

Sobre estas formas de conocimiento, Víctor Manuel Fernández, actual Arzobispo de La Plata, en un artículo, luego de presentar ambas modalidades, desarrolla el conocimiento por experiencia siguiendo a Santo Tomás y a San Buenaventura, denominándolo “conocimiento por contacto”. [1]

Para sustentar la validez del conocimiento por experiencia, el autor señala que a las profundidades de la vida uno no accede a través de los libros sino por la experiencia misma de la vida. Esta forma de conocimiento, además, es posible para toda persona y es la típica manera de conocer de las personas más pobres, las cuales generalmente dado el sufrimiento que experimentan y a partir del sentimiento de sentirse superados, tienden a abrirse a dimensiones que de otra manera no podrían llegar, encontrándose aquí también lo espiritual y sobrenatural. En definitiva, la experiencia de reconocerse finitos, es la que los lleva a abrirse a la gracia de Dios.

La vinculación con Dios lleva a San Buenaventura a tratar el tema del amor y su poder cognoscitivo. El amor nos conduce a vivir una experiencia similar a la de la pobreza. A lo que un hombre ilustrado se acerca a través de su estudio, quizás con mayor claridad intelectual, el hombre que ama y el pobre, ya lo saben por experiencia. Aunque quizás no tengan intelectualmente reflexionado lo conceptual de esa vivencia. Por otra parte, la caridad logra llegar donde el intelecto no puede, porque las realidades sobrenaturales superan lo que la inteligencia puede concebir. Por esta primacía del amor podemos decir también que el conocimiento por “contacto” es superior al especulativo. A través de él, el hombre se va realizando a sí mismo, cumpliendo el fin para el que fue creado.

En el pensamiento del Padre Kentenich también vemos fuertemente este aprecio por el conocimiento a través de la experiencia. Se ve reflejado en la importancia que él atribuye a las causas segundas como camino, expresión y seguro en el vínculo con Dios y el mundo sobrenatural. 

Autoridad del Sensus Fidelium en la Iglesia

La importancia de este Sensus Fidelium se ha acrecentado con el desarrollo de la Iglesia, plasmado en el Concilio Vaticano II y consolidado en el tiempo posterior. Fundamentalmente porque se busca resaltar el rol activo de los creyentes en el vivir de su fe. [2]

Partimos de la premisa de que Dios se sigue comunicando con su pueblo, porque es un Dios vivo que nos ama y quien ama se comunica. En esta continuidad de la manifestación de Dios, son los mismos fieles quienes tienen un rol protagónico. El mismo pueblo fiel es el gran portavoz que actualiza la revelación divina movido por el Espíritu.

Así se va forjando la tradición de la Iglesia, gracias a la acción del Espíritu Santo en el seno de la misma. El Sensus fidelium es entonces don del Espíritu y por ello es infalible, en cuanto a lo nuclear. Consecuencia del triunfo de Jesús sobre la muerte. Como Dios se ha revelado definitivamente en Jesús, ese triunfo no puede ser posteriormente anulado. La Iglesia no puede fallar de manera definitiva en su misión.[3]

La unidad de los creyentes no está asegurada por la institución oficial de la Iglesia sino por el Espíritu de Dios. El pueblo fiel es el principal sujeto de la revelación divina y por eso mismo, su principal intérprete. No tan solo cuando se hace esta interpretación de manera teórica sino más auténticamente en la realización existencial.[4] Ya que esta tradición, infalible en lo nuclear, viene acompañada de aspectos secundarios y hasta en algunos casos falsos, mitológicos o ideológicos. Nos abrimos a la tarea del discernimiento e interpretación de lo que el Espíritu va haciendo en el pueblo.

Si bien, esta atención al sentir de los fieles, se ve como algo relativamente novedoso ahora, no lo es para la historia de la Iglesia. Para la comprensión del mismo mensaje evangélico de Jesús, sus palabras y obras, no se puede prescindir de la reacción de las distintas personas y comunidades de aquél entonces. En la Iglesia primitiva se veía que el Espíritu suscitaba la fe en los creyentes. Pero luego, dada las distintas herejías nacientes, en el seno de la misma Iglesia, se le va a ir dando más peso a la jerarquía, en lo que respecta a la autoridad en materia de fe. Proceso que se va haciendo cada vez más fuerte y que durará hasta el CV II, cuando el pueblo fiel vuelve a recuperar protagonismo.[5]

Crisis de la tradición, crisis del sensus fidelium

Desde el medioevo la fe había sufrido una suerte de intelectualización, haciéndola radicar más que nada, en asentimiento a verdades reveladas, a las cuales no se podría llegar por la pura razón. Es ante esta concepción que se rebela Lutero, acentuando por contrapartida una fe fideísta, pura confianza en Dios pero que revisa, critica, delimita demasiado, sobre todo en el campo de la Mariología, la fe viva del pueblo. Teme que el sensus fidelium haya ido demasiado lejos, que haya recaído en mitologías, idolatrías, excesos de alguna manera, alejándose de la revelación bíblica.

Ante esta situación, la Iglesia responde volviendo a enfatizar el contenido de las verdades reveladas y la modernidad sobreacentuará la razón. Por este cambio cultural, las tradiciones sufren grandes cuestionamientos. Son puestas en tela de juicio y deben pasar por el filtro de la razón para seguir teniendo validez, fundamentalmente aquellas que no se encontraban respaldadas por una reflexión filosófica-teológica de peso, lo que sería el caso del sensus fidelium.

De allí que la figura de María haya sido puesta en tela de juicio. La Iglesia reaccionó con los dogmas marianos de la Asunción y de la Inmaculada Concepción. Pero estos dogmas buscan responder ante cuestionamientos que intentan negar una verdad de fe de la Iglesia, pero no toman la vida misma a la que hacen referencia. Serían una suerte de “dique”, ya que tienen una función de contención, pero no buscan conducir esa vida, depurarla o enriquecerla.[6] Es más, a la luz de la dogmática, las expresiones y la vida de la tradición católica aparecen un tanto exageradas o imprecisas.[7]

Al no aceptarse el respaldo de la tradición para darle validez a las creencias del sensus fidelium, se necesita ahora, una reflexión acabada que formule reflexivamente todo este mundo de creencias y además demuestre su razonabilidad. Lo que se demuestra es el hecho de que no es irracional creer una determinada verdad de fe y no una demostración de esta verdad, ya que nunca un misterio de fe podrá ser demostrado científicamente. En nuestro caso, sería la persona de María, nuestra vinculación a ella y todas las implicancias de esta creencia.

Conclusiones

Para acercarnos al estudio más teológico de María y dar cuenta de toda su grandeza creo que es más acertado hacerlo desde el vínculo que genera en el pueblo fiel y no partiendo sólo desde los dogmas marianos, como en muchos casos se realiza. Pareciera que la imagen de María, la intuición y seguridad que el pueblo tiene de su presencia, de su acogida, de que nos escucha y atiende nuestros pedidos, toca fibras muy profundas en el corazón de los creyentes. Y allí radica toda su riqueza. Con ella nos podemos vincular, estamos ante una “Tú” personal. Esta sería una línea más rica para el acercamiento al estudio de María.

Es lo que realizó el P. Kentenich cuando comenzó a explicitar el actuar de Dios a través de María en el Santuario. Primero, confirmando que ella había escuchado el pedido que en 1914 le habían hecho. Cómo actuaba en el alma de las personas que iban al santuario era la prueba de su presencia. Luego, hilando más fino, leyendo en las almas cómo iba operando la gracia:

  • María recibía a los peregrinos del santuario cobijándolos tiernamente como sus hijos muy queridos;
  • Ese amor maternal recibido, esa experiencia de sentirse hijos amados, iba transformando los corazones de los peregrinos, asemejándolos al corazón de María y al de su Hijo;
  • Para luego enviarlos fecundamente a dar testimonio del amor de Dios por los hombres.

En la teología actual, varios autores han resaltado la importancia de ver a Jesús no tanto en sí mismo sino mucho más en relación con las demás personas de la Trinidad. Sino, no estaríamos dando cuenta de lo que realmente Él es, por su carácter pro-existente[8]. A partir de esta tesis, veo que la sensibilidad del pueblo, consigue salvar este escollo no tanto por la relación de Cristo con el Padre y el Espíritu sino más bien por su cercana vinculación a María. Me arriesgaría a decir que la devoción a los santos va también en esta línea, el mundo sobrenatural del pueblo no está marcado por un único Dios monolítico sino por un sinnúmero de personas con las cuales toma contacto, entre ellas y principalmente, la Virgen María.

A modo de cierre, comparto cinco aspectos que resumen la manera en que se puede ver este sensus fidelium[9]:

  • Como testimonio del hecho del dogma apostólico;
  • Como una especie de instinto…en lo más profundo del corazón del Cuerpo místico de Cristo. En este sentido el P. Kentenich tenía la expresión “sano olfato católico”;
  • Como moción del Espíritu Santo. Aquí radica el fundamento de su autoridad;
  • Como respuesta de oración, y
  • Como recelo frente al error experimentado inmediatamente en forma de escándalo. Operaría como un sensor ante errores en que pueden caer otros creyentes.

[1] Cfr. Victor Manuel Fernandez. “El Sensus populi” La legitimidad de una teología desde el pueblo. Revista Teología 72 (1998/2). Pág. 133-164.
[2] Cfr. J.B. Metz y E. Schillebeeckx. La herencia del Concilio. Rev. Concillium N° 21. 1985. Fasc.200. Pág. 6 y ss.
[3] Cfr. Sergio Silva G. SS.CC. Teología Fundamental. Apuntes de clases 2005. PUC. Págs 185 y ss.
[4] Cfr. H. Vorgrimler. Del “Sensus Fidei” al “Consensus Fidelium”. Revista Concilium Número 21. 1985. Fasc.200. Pág. 14 y ss.
[5] Cfr. Schillebeeckx. La autoridad doctrinal de los fieles. Reflexión a partir de la estructura del NT. Revista Concilium Número 21. 1985. Fasc. 200, pág. 23 y H. Vorgrimler. O.C. pág. 9 y ss.
[6] Cfr. Sergio Silva G. ss.cc. Apuntes de Teología Fundamental.
[7] Cfr. P. Herbert King. Apuntes de Mariología. Pág. 23.
[8] Cfr. Obras de A. Gesché y Walter Kasper entre otros autores.
[9] Cfr. J. Walgrave. “La consulta a los fieles en materias de fe” según Newman. Revista Concilium Nro 21. 1985. Fasc. 200. Pág. 39 y ss.