La Asunción de María: destino de la Iglesia

La Asunción de María: destino de la Iglesia

Autor: P. Oscar Iván Saldívar

“Madre, así como pasaste con el Señor por la vida,
con Él viviste,
amaste y sufriste,
ahora, una vez terminado el curso de la existencia,
te asume Él con cuerpo y alma al cielo.
            De corazón participo,
            Madre, en tu dicha y la suya,
            e imploro un destino semejante para el mundo.”
                                                       (Hacia el Padre, 354).

Cada 15 de agosto celebramos la fiesta de la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma al Cielo. Les propongo que meditemos en este misterio de la vida de María que nos concierne a cada uno de nosotros y a toda la Iglesia.

Pasaste con el Señor por la vida

El P. José Kentenich inicia la meditación de este misterio mariano diciéndole a la Mater: “Madre, así como pasaste con el Señor por la vida…”. Esta declaración no se trata de un pensamiento piadoso o cariñoso, se trata más bien de una constatación de la misión de María al lado de Jesús.

Si recorremos las páginas del Evangelio veremos cómo María ha estado íntimamente unida a Jesús a lo largo de su vida, desde la misma concepción virginal y nacimiento de Jesús (cf. Lc1,35. 2,6-7), pasando por sus primeros signos (cf. Jn 2,1-11) hasta la cruz (cf. Jn 19,25-27) y el nacimiento de la Iglesia en Pentecostés (cf. Hch1,14). Verdaderamente María “ha pasado con el Señor por la vida”. Ella ha caminado por la vida con Jesús y sus discípulos.

Este constante caminar de María al lado de Jesús nos descubre que Ella es la Colaboradora y Compañera de Jesucristo en toda su obra de Redención.

Te asume Él con cuerpo y alma al cielo

Y porque Ella ha estado unida a Jesús durante su vida “una vez terminado el curso de la existencia” el Señor la asume “con cuerpo y alma al cielo”. Si tomamos conciencia de que la fe de la Iglesia siempre contempla a María en “estrechísima unión con su divino Hijo y participando siempre de su suerte”[1], comprenderemos que la Asunción es consecuencia de la fidelidad de Dios a las personas en su plan de salvación. Aquella que fue llamada a participar de la vida terrena de Jesús, es también llamada a participar de su vida gloriosa en el cielo.

Y esta participación en la vida gloriosa de Jesús se realiza “en cuerpo y alma”; es decir, la totalidad de la persona humana de María participa de la vida plena del Resucitado.

Cuando hablamos de la asunción en cuerpo y alma de María al cielo no debemos imaginar una nueva localización del cuerpo de María. Por el contrario, debemos pensar en un cambio de estado del cuerpo de María. Se trata del paso de la condición terrena a la condición gloriosa de la totalidad de su persona, que se encuentra unida al cuerpo espiritual y glorioso de su Hijo.

Un destino semejante para el mundo

Pero este misterio salvífico está lejos de ser un “privilegio mariano” aislado. Se trata más bien de una realización de la Historia de Salvación. Historia que siempre involucra a toda la Iglesia y a toda la humanidad. Historia que es obra de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Historia en la cual Dios se anticipa al hombre, lo fundamenta, posibilita su respuesta libre y lo lleva a su plenitud.

Por ello, la Asunción de María señala el destino de toda la Iglesia y de toda la humanidad redimida. Así como María fue asumida en cuerpo y alma al Cielo, también nosotros seremos asumidos en la totalidad de nuestra persona y de nuestra vida a la presencia plena y definitiva del Resucitado. Pero para llegar a este destino, debemos, como María, peregrinar por la vida con Cristo Jesús y con sus discípulos. Si con Él vivimos, amamos y sufrimos, entonces participaremos también plenamente de su vida nueva.

Por ello ya desde ahora con esperanza podemos decir: “De corazón participo, Madre, en tu dicha y la suya, e imploro un destino semejante para el mundo.”Amén.

P. Oscar Iván Saldívar, I.Sch.


[1] PAPA PIO XII, Constitución Apostólica Munificentissimus Deus.