¡Qué bien estamos acá!

¡Qué bien estamos acá!

Autora: Hermana María Julia

La fiesta de la transfiguración de Jesús, nos es muy querida en Schoenstatt, en relación a nuestro Santuario. La imagen del Tabor, vinculada estrechamente con el 18 de octubre de 1914, es parte del Acta de Fundación:

“San Pedro, después de haber contemplado la gloria de Dios en el Tabor, exclamó arrebatado: ‘¡Qué bien estamos aquí! ¡Hagamos aquí tres tiendas!’
Una y otra vez vienen a mi mente estas palabras y me he preguntado ya muy a menudo: ¿Acaso no sería posible que la Capillita de nuestra Congregación al mismo tiempo llegue a ser nuestro Tabor, donde se manifieste la gloria de María? Sin duda alguna no podríamos realizar una acción apostólica más grande ni dejar a nuestros sucesores una herencia más preciosa que inducir a nuestra Señora y Soberana a que erija aquí su trono de manera especial, que reparta sus tesoros y obre milagros de gracia. (…)Todos los que acudan acá para orar deben experimentar la gloria de María y confesar: ¡Qué bien estamos aquí! ¡Establezcamos aquí nuestra tienda! ¡Este es nuestro rincón predilecto!”

Voces del tiempo

Schoenstatt surgió como respuesta a una iniciativa divina. El P. José Kentenich, con fe en la Divina Providencia, iba tratando de interpretar la voluntad de Dios en las voces del tiempo, del alma y del ser. Y esto se plasmó en el programa que, como Director Espiritual, les presenta a los jóvenes ese día en la capillita. Dos terceras partes del Acta de Fundación las dedica a leer las voces del tiempo. Y ¿qué pasaba por entonces? Nombremos algunos acontecimientos que fueron iluminando el camino hacia el primer Hito:

  • El 30 de julio de 1914, las clases fueron interrumpidas en la Casa de Estudios en Schoenstatt, se les explicó a los alumnos la situación militar y el peligro inmediato de guerra. Las clases finalizaron y todos los estudiantes se vieron obligados a regresar a sus casas. El 1° de agosto Alemania le declaró la guerra a Rusia, y en pocos días prácticamente toda Europa se encontraba en la Primera Guerra Mundial. El P. Kentenich hubiera podido ver la guerra como la amenaza de que todos sus esfuerzos en la formación de los jóvenes se diluyeran, sus planes se destruyeran. Sin embargo, la vio como la oportunidad de acelerar los esfuerzos por la autoeducación y la santificación. Escuchó en ella un llamado de Dios a la santidad, a una renovación profunda.
  • El 18 de julio la revista Allgemeine Rundschau había publicado un artículo de Cyprian Fröhlich, quien había visitado el lugar de Peregrinación de Pompeya y  tituló: Sobre una ciudad de Muerte, una Ciudad de Vida. Cuando, un tiempo más tarde, el P. Kentenich lo lee, se pregunta si no podría suceder algo así en Schoenstatt. Ese lugar que había sido un cementerio entre los siglos XII al XV, y que, en ese momento, por los heridos de guerra que estaban trayendo al lazareto en la Casa de Estudios, volvía a tener ese tinte. ¿Casualidad, coincidencia? ¿Puerta abierta?
  • El mes de agosto, a pocos días de comenzar la gran guerra, la liturgia llama a reflexionar sobre la manifestación de Jesús en el Tabor. Y en esta búsqueda de lo que Dios quería, no podía pasar por alto la misma Palabra de Dios en el Evangelio. Miremos más detenidamente este pasaje: el Maestro lleva a sus discípulos a un monte elevado, lejos del bullicio. En la Sagrada Escritura, las montañas, los montes son muchas veces lugares de revelación especial de Dios: el monte Sinaí, donde Moisés recibe los mandamientos de Dios; el monte Horeb, donde Elías se encuentra con Dios; el monte Carmelo, donde Dios demuestra a su pueblo, que es el único Dios de Israel. Cuando subimos a una montaña, nos elevamos por encima de nuestra vida cotidiana. Normalmente Jesús se retiraba al monte para rezar. Él saca a sus discípulos de su vida diaria y los lleva al silencio, los hace partícipes de lo que es el centro interior de su vida: su vínculo de amor con el Padre.


“Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo»”. Mt 17, 2

Para ellos, esta experiencia se convirtió en un encuentro especial con Jesús. En el Tabor lo experimentan de una manera distinta, como lo que es realmente: el Hijo amado del Padre celestial, en quien se complace. Pueden ver a Jesús en toda su gloria. Lo más importante ya no son sus milagros, sino el amor de Dios que se irradia a través de estos. Lo más importante ya no son sus instrucciones, sino el vínculo que crece a través del encuentro con él. Lo más importante ya no son los consejos que da, sino el saberse seguro en su corazón y, así, en el corazón del Padre.

Experiencia de Gloria

En el Tabor se une el Antiguo con el Nuevo Testamento. Al hablar con los profetas, Jesús les muestra que el mundo sobrenatural es tan real como ellos. Allí los discípulos aprenden a ver a su Maestro con los ojos de Dios: “Este es mi Hijo muy amado”. Y nosotros, en el Santuario, le pedimos a la Mater que nos regale ver el mundo con sus ojos, porque Ella tiene la mirada transfigurada, de Fe en la Divina Providencia. Casi 38 años después del Acta de Fundación, y con mucha historia recorrida, el 20 de enero de 1952, en la bendición del Santuario de Nuevo Schoenstatt, el P. Kentenich volvía como entonces a explicar la unión del Santuario con el Tabor y la transfiguración:

“La fe sencilla nos dice que la Santísima Virgen posee un corazón de Madre sumamente transfigurado, puro y acrisolado. ¡Y cómo sabe amar la verdad! ¡Cómo sabe amar pura, fuerte y eficazmente! ¡Cómo suenan ahora las palabras: “Ecce Mater tua”! He aquí tu Gran Educadora. Son ojos transfigurados de Madre, oídos transfigurados y un corazón transfigurado los que tenemos ante nosotros si pensamos en la Madre de Dios reinando en el cielo como nuestra Gran Educadora”.  

Y agrega:

“Los apóstoles lo dijeron por primera vez cuando vieron la gloria del Señor en el Tabor. Allí exclamaron: ¡Qué bien estamos aquí! ¡Hagamos tres tiendas! ¿Por qué pronunciaron estas palabras cuando los cubrió la gloria del Señor?  La respuesta es fácil: porque habían visto su gloria. Así también la Santísima Virgen quisiera irradiar su gloria al mundo desde su Santuario. Debe ser y hacerse siempre más su Tabor. Desde aquí quiere irradiar sus magnificencias a nuestro corazón… al mundo. “

Santuario Tabor, luz para el mundo

A cada uno de nosotros se nos invita, en el Santuario, a retirarnos para poder escuchar la voz del Padre, y reconocernos, en Jesús, sus hijos amados. A experimentar las glorias de María, la gran educadora que nos enseña a sintonizar nuestra vida concreta, en Alianza, con lo sobrenatural; nos muestra cómo entrelazar lo humano con lo divino, integrándolos. Nos invita a sentirnos en casa: “qué bien estamos aquí”, en este mundo que es totalmente real, y nos enseña a ver la vida con los ojos de Dios.

A los discípulos el Padre les dice que escuchen a su Hijo. La Mater en el Santuario nos dice que hagamos “lo que Él nos diga”. Así nos transformará en esa “pradera asoleada con los resplandores del Tabor donde se manifiesta con claridad el Sol de Cristo“(H el P, Cántico al terruño). En la Alianza de Amor estamos llamados a irradiar el sol de Cristo.