Navidad: el Milagro de Esperanza que transforma nuestra historia
Autora: Hermana María Julia Agüero
Nos acercamos a las puertas del Año Santo 2025, proclamado por el Papa Francisco bajo el lema: “Peregrinos de esperanza”. Sí, en el fondo, todos somos peregrinos. Pero, ¡qué desafío es peregrinar con esperanza en el mundo de hoy! En este Adviento, queremos hacerlo junto a la Sagrada Familia e ir con ella hacia Belén, guiados por la alegría de la esperanza.
El tiempo de Adviento y de Navidad nos invita a redescubrir la virtud teologal de la esperanza, a avivar el fuego en el corazón y a hacerlo brillar más aún para tantos que lo necesitan.
Peregrinos de Esperanza
En su bula para este jubileo, el Papa nos invita a centrar nuestra mirada en Cristo, fuente de la auténtica esperanza, la que nos colma el corazón y no decepciona. En medio de las incertidumbres de nuestro tiempo, la Navidad nos recuerda que Dios irrumpe en nuestra historia con su amor lleno de misericordia, naciendo en la humildad de un pesebre para iluminar nuestras tinieblas.
María, desde su “sí” incondicional, es el modelo perfecto de la persona redimida, quien, como nos dice el Padre José Kentenich, con un corazón dispuesto a colaborar con los planes de Dios, vive la alegría de la esperanza.
Como María y con ella, queremos recorrer nuestra historia personal y comunitaria con la certeza de que Dios actúa en nuestras vidas y en nuestra misión. Es por eso que peregrinamos con esperanza.
Esperanza en Alianza
En la historia de Schoenstatt también hay momentos donde el actuar de Dios parece concentrarse, irrumpir fuertemente en la vida, en lo pequeño y cotidiano, transformándolo y elevándolo. A esos momentos los llamamos hitos. Tanto el 18 de octubre como el 20 de enero son fechas inmersas en un entorno de guerra y oscuridad. Pero, guiado por la luz de Dios y por la fe en la Divina Providencia, el P. Kentenich acepta las dificultades como ocasión de redención y gracia: “Tienen ahora la mejor oportunidad”, dice en el Acta de Fundación, expresión viva de la esperanza inquebrantable que vivió como hijo de María.
Más adelante, el fundador del Movimiento de Schoenstatt nos habla de tres elementos esenciales que conforman la esperanza: el anhelo, la confianza y nuestra colaboración activa.
En primer lugar, el anhelo. Es esa fuerza interior que nos impulsa a buscar algo más grande, a aspirar a lo más alto. En el tiempo previo a la Navidad, el anhelo se traduce en la espera gozosa del Salvador, que viene a colmar las aspiraciones más profundas del corazón y a regalarnos la verdadera libertad. “Vengan a mí, que soy manso y humilde de corazón”. ¡Y cómo no creerle si se ha hecho un bebé!
En nuestro santuario, María nos quiere transformar en hijos que anhelan:
“Virgen Inmaculada, allí tu oración anhelante, urge la aurora de la Salvación. (…) allí es … donde, por tu sí, se alumbra al mundo”. (Hacia el Padre)
En su Magníficat, María expresa este anhelo de justicia, de amor y de plenitud.
El segundo pilar de la esperanza, según el P. Kentenich, es la confianza. Es la certeza fundada en la fidelidad de Dios, que cumple siempre sus promesas. María y José confiaron plenamente en la providencia divina, incluso cuando las circunstancias eran muy adversas: durante su peregrinar hacia Belén, en la búsqueda de un lugar digno para el nacimiento de su hijo, en el rechazo y la noche oscura.
Sin embargo, la esperanza no se limita a anhelar y confiar; también exige nuestra colaboración activa, que es el tercer pilar señalado por el P. Kentenich. María no solo anheló la redención; su confianza no fue una confianza pasiva en los planes de Dios. María se comprometió con valentía, entregando toda su vida al servicio del Reino. Ella fue y sigue siendo la Colaboradora de Jesús en toda su obra redentora.
El Santuario, un nuevo Belén
Al acercarnos a la Nochebuena, recordamos el cuarto hito de la historia de Schoenstatt: el 24 de diciembre de 1965. Después de 14 años, el P. Kentenich regresa a Schoenstatt y puede volver a arrodillarse ante su Madre y Reina en el lugar donde comenzó todo, donde brotó la vida que dio tantos frutos: el santuario original. Verdaderamente, un “Milagro de la Nochebuena”.
“La medida del anhelo es la medida del cumplimiento”, solía decirnos nuestro Padre y Fundador. En el contexto del cuarto hito de Schoenstatt, el milagro de la Nochebuena fue también fruto de la confianza inquebrantable del P. Kentenich en la misión que Dios le había encomendado.
Así, nosotros hoy, como peregrinos de la esperanza, estamos llamados a mantener vivo el anhelo en nuestras vidas, la confianza en el amor misericordioso del Dios fiel y de la Mater. Unidos en el cumplimiento de nuestra misión, podremos regalar la esperanza al mundo y a la Iglesia.
En Navidad, cada santuario se convierte en un nuevo Belén desde donde María, con Jesús en sus brazos, nos invita a confiar y a anhelar ser sus instrumentos para que él vuelva a nacer en el mundo, hoy. El Milagro de la Nochebuena nos recuerda la esperanza inquebrantable de nuestro Padre y Fundador en la victoria de la Alianza de Amor con María: en que Dios tiene planes mejores que los nuestros y en que la luz de Cristo puede brillar incluso en las mayores oscuridades.