20 de enero: Confiar y actuar

20 de enero: Confiar y actuar

Autor: P. Marcelo Gallardo

 

Algunas reflexiones en torno al 20 de enero

Cada vez que recorremos- con el respeto y el cariño que se merecen- los caminos de la historia de Schoenstatt, se hace necesario realizar desde el “aquí y ahora” de nuestra vida, una lectura creyente de aquellos “momentos cumbre” que definieron la biografía del P. Kentenich y de su Familia. ¿Con qué objeto? se podría preguntar el lector; con el de posibilitar que broten con nuevo vigor las fuentes de vida que hicieron crecer a Schoenstatt y que hagan fecundo su presente. En este sentido me permito compartir algunas reflexiones en torno al 20 de enero.

Hablar de 20 de enero es hablar de una intensa búsqueda espiritual. Nuestro Fundador fue un hombre de Dios. Al igual que María, el Señor fue su gran pasión. Lo buscó y encontró a través de las personas, de los pequeños y grandes signos a través de los cuales se le manifestaba en la vida cotidiana y también en los anhelos que llevaba en su corazón. Pero el 20 de enero Dios lo condujo a lo más profundo, lo invitó a la comunión plena con Él por medio de la cruz, en un campo de concentración. Fue Dachau, esa ciudad de locos, de infierno y de muerte, el lugar donde llegó a identificarse plenamente con Jesús.  Esta cumbre espiritual despierta muchas preguntas:

¿Buscamos como el P. Kentenich encontrarnos con Dios y escuchar su voluntad? ¿Nos dejamos tiempos de silencio para ello? ¿Confiamos en que detrás de todo lo que ocurre, sea bueno o difícil está la bondad, el poder y la misericordia de Dios que quiere lo mejor para nosotros? ¿Somos capaces de confiar en Dios como lo hizo él, especialmente en la adversidad?

Decir 20 de enero es decir red, una red de solidaridad animada por una caridad efectiva. El P. Kentenich pudo hacer frente a la cruda realidad del campo de concentración gracias a que sabía que no estaba solo, gracias a que sabía que él vivía en el corazón de muchas personas y que ellas vivían en su corazón.

 

ph: Fiorella Bagatello. Campo de concentración Dachau, Alemania

 

Lo contrario a esta red de solidaridad- que se expresó en la corriente de vida del Jardín de María- es el aislamiento, tumba de la esperanza humana. Si bien estamos lejos del horror de Dachau, nuestro patria atraviesa tiempos difíciles. Un tercio de los argentinos es pobre y la mitad de los niños argentinos, de nuestro futuro, sufre el flagelo de no tener lo indispensable para crecer dignamente. Sufrimos el drama de una grieta social que nos divide, nos confronta y aisla.

Nuestro Fundador nos enseñó con su vida probada en Dachau, que el camino para sobrevivir y salir adelante era el de la confianza en Dios y el de tejer día a día, con perseverancia, una red de vínculos humanos a fin de que podamos vivir “el uno en el otro, junto al otro y para el otro”.

¿Nos esforzamos por tejer redes de vínculos que ayuden a contener a las personas y superar las situaciones de adversidad e incertidumbre que atravesamos? ¿Somos capaces de dejarnos tocar por el sufrimiento del otro o permanecemos en la indiferencia? ¿Nos paralizamos frente a las dificultades o nos ponemos en movimiento para salir adelante? ¿Nos quejamos permanentemente o nos ponemos a trabajar por un cambio?  

En la persona del Fundador y en su ejemplo de vida encontramos estrellas que nos orientan en medio de la noche. Como María, queremos acompañar a Cristo, que sigue sufriendo en tantos rostros humanos de nuestros días, para que ese dolor sea fecundo y contribuya a forjar un nuevo orden social en nuestra patria.