Domingo de ramos

Domingo de ramos

Cada domingo de Ramos escuchamos la Pasión. Este año, la versión de San Mateo. Antes de esta escena, este evangelista escribe: “Cuando Jesús terminó de decir todas estas palabras, dijo a sus discípulos: «Ya saben que dentro de dos días se celebrará la Pascua, y el Hijo del hombre será entregado para ser crucificado»” (Mt 26,1-2)

Sabemos que Mateo estructura su evangelio en 5 discursos. Cuando dice “terminó de decir todas estas palabras”, no es por un discurso en particular, sino porque acaban todos los discursos y todas las enseñanzas.

En ese momento anuncia una vez más la crucifixión. Todos los discursos de Jesús ya han concluido: la pasión es el desenlace de toda la obra.

En el evangelio de Mateo, como en los otros tres, la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús son la clave de la trama y de la teología de la obra. En definitiva, pasión, muerte y resurrección es la clave de la vida de Jesús. Y podríamos decir que es la clave de la historia.

Porque es EL acontecimiento, el único acontecimiento de la historia que no pasa. Un hecho que no permanece en el pasado (como todos los otros), sino que se actualiza cada vez que lo celebramos, no sólo en cada Semana Santa, sino en cada celebración.

Hoy, domingo de Ramos, al iniciar la Semana Santa, comenzamos a celebrar este misterio de la entrega de su vida por amor.

Entrega por todos

Sabemos que para Jesús no fue una decisión fácil aceptar el cáliz de su pasión (cf. Mt 26,38-39 ). Sin embargo, buscando cumplir la voluntad del Padre, se entrega a la muerte.

Muchos le decían que se salve a sí mismo (Mt 27,40 : “Sálvate a ti mismo”;  Mt 27,42: “Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo”), pero bien sabía que entregándose a sí mismo, nos salvaba a todos.

Viviendo la condición de servidor (cf. Fil 2,7; 2° lectura), Jesús se juega por todos, por más que eso implique humillarse “hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz” (Fil 2,8).  Jesús, como servidor de todos (cf. Mc 9,35), se entregó a la muerte, por toda la humanidad.

Se entrega por todos y cada uno. Pensemos en las personas que aparecen en el evangelio, y en tantas otras también. Se entrega por el que se burla, por el que lo niega, por el que lo condena, por el que lo sigue, por el que lo ama, por el que se siente lejano, por quien es indiferente, etc., etc.

¡Se entrega por todos!

Por eso, es que en la Iglesia tiene que haber lugar para todos. Así como nadie queda excluido de la salvación de Jesús, nadie tiene que ser excluido de la Iglesia, nadie tiene que auto excluirse, nadie puede excluir a nadie que desee ser parte, que se sienta salvado por Jesús.

Muy especialmente, tienen que sentirse parte de la Iglesia los que sufren (de distintas y variadas maneras); saberse miembros de una familia que los acoge, recibe y acompaña en aquella situación que están atravesando.

Porque las situaciones de dolor, de sufrimiento, de cruz, muchas veces llevan a experimentar sentimientos de abandono (Mt 27,46: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”).

Pienso en tantos “Jesuses” azotados, burlados, marginados, condenados a muerte.

¡Que podamos acompañarlos, hacerlos sentir parte, que sepan que no están solos!

Y con ellos, jugarnos también por su realidad de sufrimiento. Porque, como en el evangelio, los que tienen que ocuparse, no se la juegan, se lavan las manos y no se mezclan en estos asuntos.

¿O tal vez somos nosotros los que tenemos que ocuparnos? ¿Los que, siguiendo el ejemplo de Jesús, tenemos que jugarnos por ellos? Seremos como Simón de Cirene, ayudándolos a cargar la cruz.

En la entrada de Jerusalén, necesitó de un asna atada y de su cría para dar comienzo a su Pasión y su entrega de salvación (cf. Mt 21,2-3). Si necesito de dos asnas, ¡cuánto más necesita de nosotros!

Por último, pongo la mirada en los soldados que lo desvistieron y le colocaron una corona de espina y una caña en la mano derecha como cetro. Doblando la rodilla delante de Él, se burlaban. Luego, lo crucificaron y se quedaron custodiando, para que nadie lo bajara de la cruz.

Pero cuando murió Jesús, ellos (junto al centurión) dijeron “¡Verdaderamente, éste era Hijo de Dios!” (Mt 27,54). Ahora “doblan la rodilla”, pero de corazón, ahora proclaman que “Jesucristo es el Señor” (cf. Fil 2, 10-11, 2° lectura)

Pienso en tantos que se burlan hoy de Jesús, o tal vez no se burlan, pero son indiferentes.

Estamos llamados mostrarles a Jesús, no tanto de palabra, sino de obra, con nuestra vida y nuestro servicio. Jesús, hasta este momento, había hablado en muchos discursos, pero llegado este momento calló, no respondió. Sólo dio testimonio con su entrega, con la entrega de su vida.

Que podamos entregarnos como Él, porque nuestro mejor testimonio creíble es el que llevamos con la vida.

Al comenzar esta Semana Santa, que podamos renovar nuestra fe y vida, siguiendo los pasos de Jesús, como discípulos que en lo cotidiano quieren entregar la vida, como Jesús, por todos.