HNA. M. MARGARITA JUÁREZ VENDITTI

HNA. M. MARGARITA JUÁREZ VENDITTI

5.6.1976 – 18.12.2007

 

Ideal personal: Quiero caminar por la vida, fuerte y digna, sencilla y bondadosa, repartiendo amor, paz y alegría 

 

Del Jesús olvidado al Movimiento de Schoenstatt

“Tengo todo para ‘vivir’ y vivir feliz, pero no puedo. ¿Por qué? ¿Qué me falta?” Así escribía Valeria Juárez Venditti, a sus 22 años, después de haber vuelto a acercarse a Jesús, un tanto olvidado en su adolescencia. Estudiante de Medicina de la Universidad Nacional de Tucumán, era una chica alegre, llena de vida y proyectos. En medio de su estudio, había experimentado el fuerte anhelo de salvar a la humanidad. Buscó todas las oportunidades posibles para acercarse al diferente, al disminuido, al que sufría. Estudió lenguaje de señas, asistió a un orfanato y a una maternidad para cuidar bebés necesitados.

Pero el vuelco total en su vida, llegó al conocer el Movimiento de Schoenstatt y vincularse en la Alianza de Amor con la Santísima Virgen. En Ella descubrió los rasgos que quería encarnar; por eso, mirándola, expresó su ideal personal: “Quiero caminar por la vida, fuerte y digna, sencilla y bondadosa, repartiendo amor, paz y alegría”.

Le atraía el ideal de ser Hermana de María de Schoenstatt, pero tenía miedo de decidirse, de abrazar un ideal con todas sus fuerzas, porque se sabía humanamente débil. Decidió confiarse con más profundidad al cuidado y a la conducción de María y la coronó como Reina de su vida. 

Esbozar una sonrisa

En la Jornada Mundial del Año 2000, Juan Pablo II interpelaba a los jóvenes: “No tengan miedo de ser los santos del nuevo milenio”.

Ese mismo año, a la edad de 24, Valeria lo dejó todo por Dios y su Reino. En la ceremonia en que recibió el “vestido de María” y su nuevo nombre, Hna. M. Margarita, sus familiares y amigos le preguntaron por qué lo había elegido: “Lo elegí porque al pronunciarlo, hay que esbozar una sonrisa”.

Al estudiar Enfermería en Buenos Aires, se mudó al Sanatorio Mater Dei, de su comunidad. Allí, más de una vez se la oyó comentar: “Yo no puedo vivir si no estoy al lado de un enfermo”. Quienes la rodeaban experimentaban que su presencia los abría al mundo sobrenatural. Cristina, enfermera, recuerda: “Regalaba su tiempo y su sonrisa a los pacientes, y siempre tenía una palabra de aliento para los familiares. Le gustaba el sector de oncología porque podía ayudar a los enfermos a nivel espiritual; incluso a veces, con otras hermanas tocaban la guitarra y les cantaban”. 

Abrir las puertas para la vida

En una ocasión, cuando desde el Sanatorio iba a realizar sus prácticas profesionales en un hospital, escribió: “Un día como otros me acerqué a la cama de un paciente y le pregunté por qué había sido internado. ‘Porque me quise ir’, me respondió. Sin querer creer lo que oía, insistí; y claramente me dijo que había intentado suicidarse. Esa mirada oscura y esas manos que no paraban de temblar… En ese instante contemplé la belleza de la presencia de Dios en nuestra vida y quise transmitirle a este hombre todas mis ganas de vivir. En ese momento comprendí la grandeza de nuestro ideal y lo vi tan claramente expresado en la tarea que Dios me pide como enfermera: ¡abrir las puertas a la vida!”

Me repito muchas veces: estaremos listos para morir, sólo cuando hayamos encontrado a Dios en la vida, cuando nuestro anhelo por vivir y amar lo divino en la tierra sea tan grande que ya no queramos morir.”

Su sonrisa en el corazón de muchos

Y Dios la condujo por este camino. A fines de 2007 se le declaró una leucemia aguda que, a pesar de todos los esfuerzos humanos, la consumió en poco más de dos semanas. El médico que la atendió, recuerda: “Cuando fui a verla y no me animaba a darle el diagnóstico, me dijo: ‘Doctor, ya sé que tengo leucemia. No se angustie. Nosotras no nos tomamos la muerte como se la toman ustedes. Para mí es una bendición, porque después me voy a ir con Dios’.”

Mientras sus fuerzas físicas decaían, su espíritu crecía y se transfiguraba. Impresionaba su sonrisa, su fe, su esfuerzo por sostener y consolar a quienes se conmovían por la intuición de que esos serían sus últimos días.

La Hna. M. Margarita dejó grabada su sonrisa en el corazón de muchos. Esa sonrisa que también quería hacer esbozar a los demás cuando pronunciaran su nombre. Nos mostró la alegría de vivir, a semejanza de María, amando con desinterés y ayudando a otros.

Biografía:

  • Margarita – María Pilar Carrère, Editorial Schoenstatt-Nazaret