Fiesta de San Valentin: del amor y otros milagros

Fiesta de San Valentin: del amor y otros milagros

Autor: Lic. Soledad Oliva Carreras


Allá por el siglo III DC, el emperador romano Claudio II prohibió a sus soldados que contrajeran matrimonio con muchachas cristianas. Además de su oposición al cristianismo, el gobernante estaba convencido de que los hombres solteros y “sin ataduras” eran los mejores soldados.

Conmovido ante el dolor que provocaba aquel injusto decreto, un sacerdote católico de nombre Valentín desafiaba al imperio casando en secreto a las parejas de enamorados. Su conducta le valió la cárcel y el martirio, ya que el 14 de febrero de 270 fue ejecutado. Después de numerosos milagros y curaciones, en el año 496 fue canonizado por el Papa Gelasio. Desde entonces San Valentín es venerado en todo el mundo como el protector de los enamorados.

Como la época de aquel despiadado emperador romano, la posmodernidad no parece ser un tiempo propicio para el amor. Ni mucho menos para el matrimonio. Vivimos en un mundo bastante desencantado, relativista y utilitario. Los amores para toda la vida parecen sucumbir en manos de relaciones menos ambiciosas. Hace algunos años el filósofo polaco Zygmunt Bauman acuñó la expresión “amor líquido” haciendo referencia a cierta tendencia a la fugacidad, al compromiso blando y a vínculos débiles que tambalean frente al individualismo avasallante de la época.


Y sin embargo… el amor es más fuerte. 

El encuentro de dos personas que eligen unir sus cuerpos, sus almas y sus proyectos de vida es una de las imágenes que mejor reflejan la esencia del amor divino. La figura de los esponsales es la que el propio San Pablo elige para describir la relación de Cristo con su Iglesia. San Pablo pregona ese amor al que define como el vínculo de la perfección. Y, aunque en temas de pareja las recetas suelen no ser muy útiles, las cartas paulinas nos regalan un perfecto manual para enamorados.

El amor se nutre de la paciencia, de la generosidad, del querer lo mejor para el amado. El amor no es posesión, aunque regala pertenencia. El amor es, en palabras del Padre Kentenich, estar con el otro, en el otro y para el otro.

El flechazo inicial es apenas la piedra básica sobre la que se construye la intimidad de a dos. Construcción que muchas veces exige estirar el corazón y abrir la mente para comprender y atesorar ese misterio sagrado que es el otro. Por eso, además de sentimiento, el amor requiere decisión. Amar es un verbo, una acción. Si algo no condice con el amor es la pasividad de esperar que la armonía caiga del cielo, lista para usar. Amar es un ejercicio que nos implica por entero. De ahí la importancia de estar dispuestos a la donación magnánima de nuestro yo personal. 

Dios no abandona la obra de sus manos. El milagro del amor no se extingue. En plena crisis posmoderna, como ocurría en la Roma imperial, cuerpos y almas se encuentran y se entregan sin reservas, buscando la plenitud. No es fácil, sin embargo, el panorama para las parejas de hoy inmersas en patrones culturales que, muchas veces, confrontan con el amor.


Amor y matrimonio: fragilidad y esperanza

Lo cierto es que el vínculo amoroso es tan fuerte como delicado. A la par de la felicidad de compartir la vida con el ser amado surgen dificultades y se plantean exigencias que complejizan el camino de la pareja. Estos procesos vitales propios de la convivencia generan tensiones que pueden llevar, incluso, a la separación.

En su exhortación apostólica “Amoris laetitia” el Papa Francisco valora desde la misericordia la situación de quienes han sufrido el dolor de la separación y el divorcio. Si bien el documento deja en claro que la unión sacramental entre hombre y mujer libres es el camino de vida que propone el Evangelio, también entiende que se trata de un ideal que puede tropezar con la fragilidad del ser humano. Y, ante la fragilidad humana, la respuesta evangélica es la misericordia. En ese contexto, Francisco enfatiza como un signo de esperanza la decisión de quienes, luego de vivir el desgarro de una separación, vuelven a intentar la construcción de una familia.  

Quizás el divorcio más doloroso sea el del amor y el matrimonio, cuyo desencuentro puede ubicarse unas cuantas décadas atrás. Justo cuando parecía que la humanidad había conquistado para siempre la alegría del matrimonio por amor. Es por miedo al matrimonio sin amor (y sus devastadoras consecuencias) que muchos optan por vivir el amor sin matrimonio. Y son pocos los que eligen casarse por Iglesia.

“Para que el amor conyugal no sea la tumba del amor verdadero, los esposos tienen que adiestrarse en el amor. Que el matrimonio sea una escuela de amor. En toda escuela hay distintos niveles de aprendizaje, y así también los hay en la escuela del amor. Que el primitivismo inicial del amor mutuo se vaya convirtiendo, con el paso del tiempo, en un amor maduro, sereno y abnegado. La clave es propiciar canales para que la corriente del amor divino pase a través de nuestro amor conyugal”.

(P. José Kentenich. Lunes por la tarde. Reuniones con familias: El Amor Conyugal, Camino a la Santidad. Tomo 20)

El amor de pareja es un regalo precioso de Dios y el sacramento del matrimonio, la vía para hacerlo crecer y madurar. Claramente, este es el momento para que quienes creemos en esto, lo testimoniemos con la vida y lo anunciemos con gozo en el corazón. 

Como San Valentín, también nosotros podemos desafiar al emperador.


Soledad Oliva Carreras





Nota: en el Movimiento de Schoenstatt tenemos propuestas pedagógicas para acompañar a la pareja y la familia cristianas en el camino de crecimiento espiritual. Si te interesa conocerlas, contactate con nosotros a la siguiente dirección: schoenstattargentinaddc@gmail.com