Familia viva, instrumento de esperanza

Familia viva, instrumento de esperanza

Autores: Julia Osella y Andrés Montiel

 

Si tuviésemos que resumir en una línea las Undécimas Misiones Familiares de Paraná, diríamos que fueron a la medida y forma de la Divina Providencia, produciéndose cada acontecimiento de manera providencial.
Entre el 14 y 20 de enero de este año 2019, 130 jóvenes, padres, madres, abuelos, abuelas, niños y niñas, distribuidos en 10 familias misioneras nos instalamos en una escuela, con la misma alegría y ardor apostólico que desde hace más de 10 años caracteriza a nuestra comunidad, y que probablemente la haga semejante a otras comunidades Schoenstatt. Sin embargo, este año fue muy particular porque días antes de nuestro envío, la Providencia nos propuso un desafío inesperado dado que nuestro destino de misión, la ciudad de Nogoyá, atravesaba una situación sanitaria incierta a raíz de las inundaciones. Llamadas, reuniones, consultas, opiniones y sobre todo oración esperanzada, acompañaron la decisión de que este año la misión se realizará entonces en la ciudad de Paraná, en los barrios cercanos al Santuario de La Loma. La Mater quería visitar a sus vecinos más próximos.

 

 

Ella es la gran misionera

Sin titubear, y confiados en que “Ella obrará milagros”, en unas horas nos dispusimos a salir al encuentro de nuestros propios vecinos, compañeros de escuela y facultad, compinches de salidas, colegas de trabajo y familiares. Nadie es profeta en su tierra, pero estamos convencidos de que Dios quiso que lleváramos a la Mater a quienes comparten con nosotros nuestro día a día y así lograr que la Misión se fortalezca desde adentro. Es así que entre los nuestros encontramos corazones anhelantes de la presencia de la Mater y como dóciles instrumentos de ella nos presentamos en los hogares y en las vidas necesitadas de la visita inesperada de Aquella que nos escucha y acoge. Muchas familias fueron alegremente sorprendidas por la cercanía de quien recibe y eleva sus penas y alegrías al Padre Eterno. Todo lo que se nos confió, y mucho más, fue llevado con delicadeza y mucho respeto y ofrecido en la Santa Misa diaria en la parroquia Santa Lucía.
También experimentamos el rechazo y la indiferencia de algunos coterráneos, y lejos de toda ofuscación, como grupo nos identificamos con la Sagrada Familia de Nazaret en su éxodo, quienes llevando el Tesoro, tocaban puerta tras puerta sin que alguien quisiera recibirlos. Una llamada de atención para nosotros mismos que, a lo largo del año, también nos escondemos tras una cortina, ponemos excusas o “no tenemos tiempo” para recibir a Jesús y encontrarnos en su corazón.

 

Nuestro Santuario, su taller

Hacia adentro de la comunidad, también fue una misión marcada por un fino y minucioso trabajo de la Mater. Se presentaba el desafío de la convivencia, de mantener el espíritu comunitario y no “volver a casa” por comodidad, sino de proyectar la vida comunitaria y sobre todo de poder escuchar lo que Dios nos decía con cada uno de los sucesos que se fueron deviniendo. Como “hijos del barro” nos dejamos humedecer por la gracia y la oración para que fuera la Mater con sus manos, la que diera forma a esta misión.
La presencia eucarística de Jesús en nuestro Santuario de misión nos permitió vincularnos en la adoración a la ciudad de Nogoyá, muy especialmente por los vecinos de la Ermita y las familias que pasaron momentos muy difíciles, con la clara conciencia de que la misión no sólo es en el puerta a puerta sino también con la presencia de la comunidad orante.

 

 

Sin dudas fue una misión diferente que marcará la historia de la comunidad misionera. Una misión que nos enseñó que ni la lluvia, ni la vergüenza, ni los imprevistos, ni las resoluciones de última hora, ni las distancias aquietan la urgencia de la Mater por estar con sus hijos. Una misión marcada por la instrumentalidad, la alegría de las familias y el impulso feliz de llevar la Esperanza dónde y cómo Ella quiera.