El mes de María, un mes que transforma

El mes de María, un mes que transforma

Autor: P. Pablo Pérez, Director Nacional del Movimiento

Dios no actúa siempre igual. Es muy creativo, porque es un gran amante y el que ama de verdad es capaz de manifestar cada vez ese amor de una manera nueva y distinta. El Dios en el cual creemos actúa de manera diversa y con intensidades diferentes en consonancia con lugares, épocas y, sobre todo, con la naturaleza de  personas y comunidades. De esta diversidad es que surgen en la Iglesia los sacramentos y sacramentales.

Estamos comenzando un tiempo distinto. El mes de María. Un mes que transforma. Dios nos hará experimentar sus gracias de manera especial, a través de las manos maternales de María.

A lo largo de la historia de la Iglesia, la devoción y el culto a María ha sido un camino probado y eficaz de encuentro con el Señor, con su persona y su actuar salvífico. Desde los comienzos del cristianismo, los fieles sintieron la presencia de María junto a ellos. La experimentaron como una “presencia viva” (resucitada) que los escucha, mira y atiende en sus necesidades, que los educa y transforma, que los envía y acompaña. 

María es mujer y madre y necesariamente eso influye en su relación con los fieles. Ella suscita cosas, despierta lo dormido, toca fibras profundas. 

Podemos tomar de la psicología algunas notas que nos ayuden a comprender mejor esta dinámica. María expresa los valores más propios del mundo femenino: receptividad, acogida, belleza, ternura. Y desde esa capacidad suya de dar cobijo es capaz de poner en movimiento las emociones y el mundo de los sentimientos, despertando así un amor más cálido (instintivo e irracional también podría decirse) que, dada su total relación a Cristo, es conducido hacia su Hijo y por Él al Padre.

Un gran valor de la devoción mariana es su acción sobre esta esfera más irracional en el ser humano, la de los sentimientos. La psicología profunda nos habla de la importancia de la captación de la vida inconsciente, a la hora de configurar cada persona su vida real. Que lo afectivo del ser humano esté involucrado en las prácticas litúrgicas y de la vida de oración es invaluable a la hora de plasmar nuestra vida. No sólo por un actuar extraordinario de la gracia, sino también porque se le están abriendo más dimensiones del hombre para que esa gracia penetre más profunda y fecundamente en su corazón. 

Por el principio tomista “la gracia presupone y eleva la naturaleza” nos damos cuenta que colabora en nuestro vínculo con Dios todo aquello que humanamente hagamos para que la gracia pueda penetrar en el hombre. 

Es desde este vínculo afectivo, que María regala a los fieles su amor femenino y maternal como un camino privilegiado de encuentro con Dios.


Padre Pablo Pérez
Director Nacional