José Engling, a 100 años de su muerte

José Engling, a 100 años de su muerte

Autoras: JF Schoenstatt Argentina 

Imagen: http://www.jumasbrasil.com.br 

 

José José Engling nació el 5 de enero de 1898 en Prositten, Prusia Oriental. De familia cristiana, sus padres se esforzaban día a día por encender a sus cinco hijos en el amor a Dios Padre; educándolos, principalmente, con su ejemplo de vida. A los 11 años hizo su primera Comunión, momento que penetró en su alma con suma profundidad. Llevaba un diario espiritual en el cual quedó registrada toda su maduración durante este tiempo.

 

En 1912, cuando apenas tenía 14 años,  ingresó a la casa de estudios de los Padres Pallottinos en Schoenstatt. Había sido llamado al sacerdocio y en cuanto tuvo la posibilidad, quiso hacer concreta su vocación. Primero sus compañeros lo tenían como un campesino bruto y lo molestaban y se burlaban de él. Pero, con paciencia, José se fue ganando su cariño: nunca fue ambicioso y siempre fue generoso con ellos, a pesar de sus malos tratos.

Al cabo de un tiempo, ocupó el puesto de dirigente espiritual y más tarde entre 1915 y 1916, fue prefecto de la Congregación. En ambas oportunidades, en un silencioso trabajo de alma a alma, logró llevar a todo el grupo a un alto grado de florecimiento.

Fue en julio de 1917 cuando tuvo que partir a la guerra, donde le tocó ir al frente del campo de batalla. Allí, José experimentó las más crudas vivencias como los ataques a toda hora, el permanente y ensordecedor estallido de las granadas y la falta de alimentos. Sin embargo, en este período José se convirtió en un firme sostén y apoyo para sus compañeros.

 

Sus valores a la luz del Ideal Personal

En José Engling resaltan innumerables valores. Pero es importante destacar especialmente algunos de ellos, que fueron los que con más fuerza se gestaron en el joven héroe y también por los cuales él luchó día y noche. Dichos valores son aquellos que se encuentran íntimamente ligados a su ldeal Personal: “Ser todo para todos y entera propiedad de María”.

 

Primero, la servicialidad. Se había compenetrado tanto con esta misión que sus compañeros sabían que podían contar con él para cualquier cosa. Además José buscaba estar atento a cada necesidad de ellos, dejándoles ver que los ayudaría en cualquier momento sin pedir nada a cambio.

Cuando tuvo que ir a la guerra, este propósito comenzó a hacérsele más difícil. Muchos soldados se aprovechaban de su mansedumbre, tratándolo sin consideración. Atravesó en ese tiempo una ardua lucha interior. Sin embargo, fue servicial también con ellos.

En una oportunidad, los soldados de su patrulla estaban hambrientos, y buscar alimentos era una tarea que asustaba a todos, pues había que atravesar campos minados y arriesgarse a cruzarse con el ejército inglés. El suboficial Thalhöfer recorrió todos los puestos en busca de quienes se ofrecieran a llevar a cabo esta tarea. “Yo iré” dijo José Engling. Y partió hacia el pueblo junto a otros camaradas. Los compañeros no podían creer lo que había hecho por ellos. Años después de la guerra, el suboficial Thalhöfer seguía diciendo que “Engling fue el mejor hombre de la tropa”.

 

Además de la servicialidad, también se destacó en José una madura filialidad. Su amor a la Mater cada día crecía más. Ella era su confidente, la Reina de su corazón, la Madre a quien ofrecía todo su obrar, sufrir, orar. El fin último de su servicio desinteresado a los demás era poder concedérselo, como regalo, a María.

Durante mayo, el mes de María en Europa, José conquistaba una diversa variedad de flores para darle como regalo a su Madre, las llamadas “Flores de Mayo”. A cada flor le otorgaba un valor y para su florecimiento se establecía ciertos propósitos. Por ejemplo, la rosa del amor y de la estima que, entre sus tantas aspiraciones, contemplaba la de rezar el rosario, leer sobre María, conversar con los demás sobre Ella, visitarla en su Santuario y saludarla al ver su imagen.

 

En la guerra, cuando estaba en cuartel de reclutas (en Hangenau), escribió las siguientes palabras:

“Querida madrecita: acabo de leer las líneas que me has hecho llegar a través de la revista MTA. ¡Son realmente tus palabras! Pese a que me dominan la sequedad y la aridez, me han llegado profundamente y han sacudido lo más íntimo de mi ser. Por amor a Ti voy a trabajar con más energía en mi formación. Para ti nada absolutamente nada me será demasiado difícil, ni siquiera lo más difícil. Que toda mi vida esté dominada por el pensamiento: soy enteramente tuyo. Entonces seré feliz. No he cumplido bien mi examen particular. Pero perdóname, querida Madrecita, me he esforzado”.

 

El cumplimiento de su horario espiritual, era una expresión de auténtico y profundísimo amor a su Madre del Cielo. Incluso en el medio de la guerra completaba su horario espiritual sobre la tierra húmeda, o lo recordaba mentalmente. Éste contemplaba oraciones, participación espiritual de la Santa Misa, Comunión espiritual, dos horas de guardia espiritual del Santísimo, rezo del Rosario, exámen de conciencia y actos de contricción, entre otros propósitos. Ninguna situación era excusa para dejar de darle a la Mater estos pequeños regalos.

 

Su entrega a Ella alcanzó su mayor punto cuando, en medio de una batalla, le escribió su consagración, en la cual ofrecía su vida por Schoenstatt. A partir de ese momento, renovó siempre que tuvo oportunidad esta ofrenda. Fue el 4 de octubre de 1918 cuando finalmente fue sellada con su muerte heroica.

José Engling vivió con total fuerza la filiación divina. A cada hora, elevaba su corazón hacia Dios y le encomendaba su trabajo, haciendo expresa la realidad de la presencia de Dios en su alma.

 

Testimonio de Roberto Gonzalez, miembro del Instituto Secular de los Hermanos de María de Schoenstatt, en directo desde el Santuario Original y la tumba de los Héroes: 

 

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