Año Mariano Nacional: María esposa

Año Mariano Nacional: María esposa

Autor: P. Guillermo Carmona

Texto bíblico 

“Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no han vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo.

José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: ‘José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados.

Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: ‘La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel’, que traducido significa: Dios con nosotros’.

Al despertar, José hizo lo que el Angel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa y sin que hubieran hecho vida en común, ella dio a luz un hijo, y él le puso el nombre de Jesús. (Mateo 1, 18-25).

Oración del Año Mariano Nacional

(Se encuentra en la introducción al trabajo)

Reflexión

1. María y José: la indisolubilidad del amor. 

En este año pudimos profundizar diversas realidades de María. Una, sin embargo, que no llegamos a abordar es su rol de esposa. Se ha escrito poco sobre esto; la razón puede ser, entre otras plausibles, que las Mariologías -estudios sobre la Virgen- han sido escritas por personas consagradas y célibes. 

María estaba casada con José. La historia de este matrimonio tan particular no comenzó en forma habitual.

El texto bíblico que elegimos, habla en primer lugar de la nobleza de alma de José. Grande debe haber sido su dolor al constatar el embarazo de María. La humildad, la confianza y el amor, son capaces de hacer cosas impensables: pasar por alto, perdonar, cambiar de planes y seguir su camino sin rencor ni  venganza, sin odio. En el silencio de quien confía, Dios lo visita a través del ángel, lo sorprende y explica algo que fue y será siempre inaudito: María concibió por la presencia del Espíritu que la cubrió con su sombra.  

No quería Dios que José se separase de María. Dios no quiere que se rompa lo que originalmente fue concebido como unidad: “Que el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mt 19,6).

No separar sino unir corresponde al pensar, vivir y amar orgánico. El pecado es separación; la gracia es siempre unidad. La separación es “mecanicismo”, afirma el P. Kentenich. El equilibrio es difícil, pero compendia el universo, desde la molécula del átomo hasta las dimensiones más extraordinarias del cosmos. Romper la unidad es desobedecer: es guerra, abuso y manipulación. Por luchar contra esta separación es que el Padre Kentenich fue desterrado a Milwaukee. 

No es lícito separar el cuerpo del alma, la religión de la vida, Cristo de María, los hijos de sus padres, la obediencia y la libertad. En el matrimonio: la expresión física, la espiritual -anímica- y la proyección de la vida…

Esto no anula ciertas paradojas que sólo en la fe se deben aceptar. Por ejemplo, el matrimonio de Maria y de José. Una unidad singular, un matrimonio especial: sin tener contacto sexual, se entregaron uno al otro en lo central que es el amor y en la proyección de la vida, que fue Jesucristo.

2. Un matrimonio verdadero 

José y María tienen que haberse amado tiernamente. Entre los miles de santos que amaron a la Virgen, no debe haber existido nadie que la amó tanto como José. La amó como el mismo Dios se lo fue indicando a través del ángel: la comunión entre María y José se llamó Jesús.  

José debe haber sido un hombre joven, viril y trabajador al casarse con Maria. Algunos cuadros de mal gusto, lo hacen un anciano e impotente. No fue un árbol seco, sino una flor lozana la que se casó con María. De lo contrario no podría haber asumido las tareas de padre de una familia tan singular, perseguida, exigida a emigrar, desterrada y exigida a vivir en tierras extranjeras. Debe haber sido un amor juvenil; como la de dos personas unidas para luchar por la vida y sacar adelante un encargo divino. 

María y José deben haber acordado antes del matrimonio religioso, que permanecerían vírgenes. Esto no impedía que tuvieran el corazón lleno de amor el uno por el otro. San José renunció a la paternidad de la sangre, pero la encontró en el espíritu. La Virgen renunció a la maternidad natural y la encontró en su propia virginidad.

Una y otra vez surge la pregunta si la relación de María y José fue una relación de cónyuges. El texto de la anunciación nos recuerda que María estaba desposada con José: “A una virgen desposada con un hombre llamado José”. Y unos pasajes más tarde se nos dice que “José se encaminó a Belén con María, su esposa, que estaba encinta” (Lc 2,5). También se nos narra que José, el hijo de David, no debía temer de recibir “a María, tu esposa”.

El matrimonio de ambos debe haberse realizado según la ceremonia hebrea: primero los esponsales o promesa de unirse -era la situación en que se encontraba María en el momento de la Anunciación- y luego las nupcias, donde la esposa es oficialmente introducida en la casa del esposo. Ambos realizaron lo que hace formalmente a un matrimonio: el consentimiento para la unión conyugal y la disponibilidad de permanecer uno junto al otro para siempre.  

La renuncia a la unión sexual debe haber sido, como dije, consentido mutuamente. En este sentido, es verdad, el matrimonio de ambos no fue un matrimonio “perfecto”. Fue pleno en relación al mutuo amor, a la convivencia y a la educación de la prole, Jesús.  

La Iglesia menciona motivos de conveniencia para el casamiento de María con José. En primer lugar, para que Jesús no fuera tenido por hijo ilegítimo. Luego para que el niño naciera con la presencia física y anímica de un padre. Para que tuviera un hogar, una familia y ésta fuera dignificada por su presencia. De no haber existido, María había sido difamada y calumniada como adúltera, lo que implicaba en aquel tiempo, haber sido apedreada. Sin esta relación de María con José, no se entendería el texto bíblico: 

“También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta” (Lc 2,4-6).

3. El compromiso matrimonial en relación a la prole

María y José: unidos en el amor y en Jesús. Esposos. No son muchos los textos en donde ambos aparecen juntos. Uno de los más significativos es la presencia de Jesús en Jerusalén, cuando se quedó en el templo: 

“Sus padres iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acababa la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta.

Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos.  Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él. Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que los oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.

Al ver, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: ‘Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados’. Jesús les respondió: ‘¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?’. Ellos no entendieron lo que les decía.

El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón. Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia, delante de Dios y de los hombres.” (Lucas 2, 41-52).

Es un pasaje importante porque echa luz sobre los años de la vida oculta de Jesús, pero también de la relación esponsalicia entre María y José: estaban juntos, viajaban juntos, rezaban juntos. Sufrían juntos. Jesús se manifiesta independiente de sus padres y sujeto solamente a la voluntad de Dios “su” Padre. Esto despersonaliza el vínculo y lo hace más interesante e intenso: involucra a un Jesús que sigue siendo dependiente, pero a la vez sumiso (Lc 2,51). Esta misma tensión será seguramente la tensión que  experimentan María y José: Jesús es hijo de María pero la responsabilidad de toda la familia recae en el padre putativo. 

La pregunta que María le hace con tono de queja a su hijo, refleja la preocupación de tantos padres en relación a los suyos: “¿por qué nos has hecho esto?” Es el interrogante de ambos y no sólo de la madre. Son momentos de prueba para los dos. El juego entre “tu padre” (José) al que alude la Virgen, y “mi padre” (Dios) que afirma Jesús, es la tensión que recorre toda la familia nazarena. La misión de José y de María se conjuga en la voluntad del Padre. En esa voluntad se unen las tres personas de Nazaret. A ella sirven. 

La experiencia de los dos esposos es sumamente significativa: “Ellos no entendieron lo que les decía” (Luc 2,50). Quizás María lo intuye, pero no lo sabe. Más tarde lo descubrirá en el camino hacia la cruz. A esa luz se entiende el final del texto: “Su madre conservaba estas cosas en su corazón.” Los padres, los esposos saben mucho pero no saben todo de su hijo. También aquí, ellos tienen que hacer la peregrinación en la fe que involucra algo de luz y mucha oscuridad.

Al pensar en las actitudes de María no sólo como madre sino también como esposa, recuerdo un texto de Juan Pablo II muy significativo por la relación de María con toda mujer:    

“Por lo tanto, se puede afirmar que la mujer, al mirar a María, encuentra en ella el secreto para vivir dignamente su feminidad y para llevar a cabo su verdadera promoción. A la luz de María, la Iglesia ve reflejos de los más altos sentimientos de que es capaz el corazón humano: la oblación total del amor, la fuerza que sabe resistir a los más grandes dolores, la fidelidad sin límites, la laboriosidad infatigable y la capacidad de conjugar la intuición penetrante con la palabra de apoyo y de estímulo” (Redemptoris Mater, Juan Pablo II, 1987).

En el ritual del sacramento del Matrimonio, después del Padrenuestro, se incluye una bendición especial para los esposos. Allí se pide para la esposa: “Concede, Señor, a tu hija, el don del amor y de la paz y que siga siempre el ejemplo de las santas mujeres, cuya alabanza proclama la Escritura”. Allí está María, la esposa de José.

San Pablo en uno de los pasajes de la carta a los Efesios exhorta sobre el trato que debería reinar en todo marido y mujer. Habrá sido este, pienso el que se vivió ejemplarmente en María y José:

“Sométanse los unos a los otros, por consideración a Cristo. Las mujeres deben respetar a su marido como al Señor… Así como la Iglesia está sometida a Cristo, de la misma manera las mujeres deben respetar en todo a su marido.

Maridos, amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla. El la purificó con el bautismo del agua y la palabra, porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada. Del mismo modo, los maridos deben amar a su mujer como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo.” (Ef 5, 21.24-27).

4. María y su tarea de esposa

La misión de la esposa -más allá de los cambios culturales- es ser compañera del esposo en autonomía, igualdad y complemento. Ella es, como lo afirma un antiguo adagio húngaro, responsable especialmente del hogar: “De los cuatro rincones de una casa, tres le pertenecen a ella y uno a él”. 

Esto ha sido históricamente mal usado. La tarea de cocinar, limpiar, ordenar, cuidar de los hijos, arreglar la casa, etc. son hoy día compartidas por ambos cónyuges. Pero lo que nunca podrá la mujer delegar al marido es la responsabilidad por la ternura, la defensa de los valores espirituales, los afectos y lo humanitario. La mujer es en el hogar la especial garante de la unidad y la concordia, la que debería ser capaz de unir y satisfacer las auténticas necesidades (¡nunca los caprichos!) de los suyos, aquello que hace que la vida valga la pena vivirse. 

Hoy día, en el siglo XXI la esposa sigue siendo, además de esposa, madre, trabajadora, ama de casa, por sobre todo mujer. Se le debe reconocer sus derechos, los mismos de su marido, sin discriminación alguna. La esposa tiene derecho a ser feliz al lado de la persona que ha elegido. Se apoyará en su cónyuge, como él lo hace con ella. La escucha, los problemas e inquietudes, los pequeños gestos de amor, hace que la relación siga lozana, como el primer amor.

¿Podemos imaginarnos una relación así entre María y José? En total respeto, confianza, sinceridad, amor. Sin deseos desmedidos, que seguramente no los habrá tenido José, la Virgen tiene que haberse sentido muy orgullosa de ser mujer. Lo escribo al pasar, sabiendo que esto era enormemente revolucionario en la Judea de entonces y en la tierra nazarena. María sigue siendo ejemplo no sólo de madre e hija, sino también de esposa.

María es la mujer fuerte y osada, que enfrentó los prejuicios de su tiempo para llevar adelante su tarea de mujer, madre, esposa, educadora y trabajadora. Así lo mencionaba el Papa Francisco, al destacar la fuerza y el coraje de esta joven mujer, capaz de generar –en su tiempo y aún hoy– una verdadera “revolución de la ternura”: “Cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño”, afirma el Papa en Evangelii gaudium: “En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes” (Nr. 288).

5. Texto del PK

Hubo tantas cosas incomprensibles en la vida de María, que también ella tuvo que practicar el heroísmo de la fe. Piensen en el Señor, cuando se fue de su Madre (Lc 2, 41-52). María no comprendió en absoluto cómo Jesús podía hacer semejante cosa. Sorprendida le dice: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando”.

¿Y qué explicación le da el Señor? Le dice: “Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?” 

Y ellos no entendieron lo que él decía. María conservaba todas estas cosas en su corazón: ella repasaba una y otra vez el acontecimiento a fin de entender cómo Dios podía hacer algo semejante. 

Quiero mostrar cuántas cosas incomprensibles sobrellevó María en su vida, al igual que nosotros. Mantengan esto con firmeza: la fe presupone oscuridad, y, a la larga, sin oscuridad, difícilmente puede existir la fe. 

Tres características de la fe de María:  

En primer lugar, su fe era extraordinariamente grande;

en segundo lugar, su fe fue duramente probada; y

en tercer lugar, su fe era sumamente viva.

En primer lugar, su fe era extraordinariamente grande. Tienen que detenerse a observar la escena de la Anunciación (Lc 1, 26-38). 

Se trata del primer acto de fe en la Trinidad realizado en toda la historia. En la Anunciación se afirma: “el Espíritu Santo vendrá sobre ti. El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por ello, el que habrá de nacer de ti será llamado Hijo del Altísimo”. 

Luego, en segundo término, se exige de ella la fe en la encarnación. El ángel dice: el Hijo único de Dios debe asumir en tu corazón, en tu seno, la naturaleza humana.

María escucha lo que ha dicho el ángel y cree. Aún no vio los milagros del Señor, no tiene ninguna prueba de su divinidad, pero, no obstante, cree. 

Y, finalmente, el tercer acto de fe, que es particularmente difícil: ella debe creer que será, al mismo tiempo, madre y virgen. Tal vez comprendan ahora mejor el significado de lo que dice Isabel: ¡Bienaventurada, feliz, la que ha creído! (Lc 1, 45). ¡Si se pudiese decir de nosotros esto mismo: felices nosotros, que vivimos totalmente en el espíritu de la fe!

Segundo, La fe de la Santísima Virgen fue duramente probada. Todo lo que se le profetizó a María parece no cumplirse: más bien parece realizarse lo contrario, día a día, año a año. Por ejemplo, la promesa que dice: “su reino no tendrá fin” (Lc 1, 33). Inmediatamente después, la matanza de los inocentes, ¡su reino no tendrá fin! ¿Se dan cuenta de que se trata de pruebas? Aún esto no basta. Ahora debe huir a otro país, ¡y su reino no tendrá fin! 

Se trata de una vida como la nuestra. Es importante que veamos en nuestra propia vida la vida de María, o bien, que contemplemos nuestra vida en la suya, como en un espejo. También en nuestra vida: ¡cuánta dureza, cuánta oscuridad, cuántas cosas incomprensibles!

(De: Plática para matrimonios. Milwaukee, Estados Unidos, 18 de junio de 1956.

PREGUNTAS

  1. ¿Qué aspectos de la realidad de María como esposa valoro especialmente?
  2. ¿Cómo me imagino el matrimonio de José y María y qué importancia puede tener para los matrimonios hoy día?
  3. ¿Puedo imaginarme la relación de Jesús con sus padres? ¿Hemos vivido algo similar a lo que ellos vivieron con Jesús a los 12 años? ¿Qué enseñanzas sacamos de la escena bíblica?