Tiempo de encuentro con María (II)

Tiempo de encuentro con María (II)

PARTE II
Autor: Pierina Monte Riso

El misterio de la mediación del amor se nos revela en María, unida a Cristo de manera única y privilegiada por su maternidad.

“Así vemos a la Santísima Virgen como una causa segunda, a través de la cual Dios rige el mundo. Por lo tanto, me dirijo a ella. Por cierto, su colaboración es solo consecuencia de la mediación de Cristo. Por eso me dirijo a ella de modo filial y sencillo. Y me vuelvo a sentir fortalecido en mi práctica mariológica: nada sin la Santísima Virgen y todo para la Santísima Virgen.”  (José Kentenich, 1946, p. 95 ss.)


Consecuencias para nuestra vida

El P. José Kentenich menciona cuatro consecuencias prácticas de la consideración de María como Mediadora: reconocer, agradecer, pedir confiando y vincularnos al santuario como lugar de gracia.

Reconocemos el lugar objetivo y la misión de María como mediadora eminente porque así lo ha querido Dios. Y lo que Dios ha determinado, debe ser siempre la norma para nuestro actuar.

Agradecemos a la santísima Virgen, que en su conducción nos ayuda en todo momento a descubrir el rostro misericordioso del Padre y a abrir nuestro corazón al amor, dando sentido a la conducción de Dios aun en los momentos más obscuros.

Pedimos y confiamos ciegamente en la Santísima Virgen en toda circunstancia, sabiendo que ella nos lleva de su mano y en su corazón hacia el Salvador y hacia el Padre.

Nos vinculamos al santuario. El P. Kentenich, ya en el acta de fundación, le implora a la Virgen que distribuya desde el santuario sus tesoros. Ella debe establecerse aquí, entre nosotros, especialmente como educadora y madre espiritual. Y desde aquí desarrollar su acción como mediadora:

“Sin duda alguna no podríamos realizar una acción apostólica más grande, ni dejar a nuestros sucesores una herencia más preciosa que inducir a nuestra Señora y Soberana a que erija aquí su trono de manera especial, que reparta sus tesoros y obre milagros de gracia”. (José Kentenich, acta de fundación)


Tips para este mes

  1. Preparar los ambientes: decorar con algo especial el Santuario Hogar o poner una imagen de María en algún lugar central de la casa, que nos recuerde que este mes ella quiere tener un lugar especial en nuestra familia.
  2. Rezar el rosario personalmente o en familia: ayuda mucho el tener un horario y lugar más o  menos establecido para el rezo personal o comunitario.
  3. Ofrecerle “flores espirituales”, propósitos diarios o semanales, como capital de gracias. Representarlos materialmente es una ayuda. Pueden ser flores reales o alguna otra cosa que las concretice.
  4. Hacer una lista de peticiones para que interceda con su cuidado maternal: pongamos a sus pies nuestras intenciones, necesidades, personas cercanas, familiares que sepamos necesitan de la ayuda y cuidado de nuestra Madre.
  5. Hacer una lista de agradecimientos por todos sus regalos de amor: “es de bien nacidos, ser agradecidos” dice un viejo refrán. En este mes no dejemos de darle gracias a María por tanto bien que nos hace.
  6. Escribirle cartas “de hijo a Madre”: tenemos claro que ella sabe lo que hay en nuestro corazón. Y sin embargo le gusta que se lo escribamos. Como a cualquier mujer, le gusta recibir cartas y ver tangiblemente el cariño de sus hijos.
  7. Hacer visitas presenciales o virtuales al Santuario: el santuario es nuestro lugar de gracias. Donde ella ha querido establecerse. Es allí donde nos experimentamos abrazados, amados y enviados.

Finalmente, busquemos vincularnos con nuestra Madre, hablar con Ella, estar con Ella ya que, como afirma nuestro Padre Fundador:

 “Quien dice María, dice “gracia”; los encuentros con María siempre son encuentros con la gracia y encuentros con Dios. Si estoy vinculado a la Madre de Dios no sólo actúa la naturaleza sino también la gracia. La Madre de Dios hace caer como gotas gracia tras gracia, sobre todos a los que Dios le ha encomendado. Porque el camino a través de la Madre de Dios es el más fácil y el más seguro, para unir a todos con Cristo y alcanzar por él la plena filialidad.” (P. José Kentenich, 1934)