La pedagogía y un viaje en la vida

La pedagogía y un viaje en la vida

Autor: P. Guillermo Carmona

 

Supongamos que un día recibimos una importante suma de dinero para hacer un viaje. Se nos motivó a concretarlo, ya que visitar países abre el horizonte, descubrimos nuevas perspectivas y despertamos a algunos sueños que podemos aplicarlos a nuestro hábitat. En una palabra: vale la pena.

Habrá que elegir bien el destino, las estaciones del camino y la meta final, por ejemplo Roma, o París, según el criterio que tengamos. Una vez que definimos el destino precisamos analizar los medios con los cuales haremos el viaje, por avión o por barco, y los recursos económicos que necesitamos.

Otra pregunta será, si vamos solos o invitamos a alguien de confianza, que nos ayude a compartir esta aventura: un viaje en buena compañía es más agradable; por el contrario, el camino solitario es aburrido. Esta persona puede animarnos a continuar el itinerario ya previsto y a desechar el peligro de quedarnos a mitad de camino.

Precisamos, además, de buenas guías que nos conducen a esos lugares, nos revelan sus secretos y nos indican cómo no perdernos ni extraviarnos. Ellos nos dirán lo que debemos tener en cuenta para disfrutar de cada espacio y aprovecharlo bien.

La preparación del viaje nos llevará buen tiempo, quizás meses; habrán algunas dificultades y obstáculos, probables rectificaciones, aceleración de ciertos procesos y decisiones a tomar a último momento. Todo esto forma parte de un buen aprendizaje y también de la alegría anticipada del objetivo a alcanzar.

La pedagogía es algo similar a emprender un viaje. El parangón es casi ejemplar. Lo primero será motivar este emprendimiento: descubrir que éste puede ser una aventura apasionante, importante como pocas, porque de ella depende nuestra felicidad. Quien no arriesga y no sale de su tranquilidad burguesa, de su zona de confort, jamás crece. El paso siguiente será diseñar bien el objetivo, la meta a donde quiero llegar. París o Roma, en la pedagogía kentenijiana, es el hombre nuevo en la comunidad nueva, es decir, el ideal personal o social, el proyecto personal o comunitario, según el caso. Tener clara la meta es ahorrar tiempo, juntar todas las fuerzas y darle sentido a cada día.

Los medios que nos conducen a alcanzar el ideal son -en la pedagogía kentenichiana- los vínculos, o como lo indica el P. Kentenich, el “organismo de vinculaciones”. Éste es el factor fundamental de cambio y renovación. Si el viajero pedagógico quiere contar con los recursos necesarios -utilizar las herramientas que le conducen al fin- tendrá que aprender la “magia” de los vínculos a personas, a lugares, a valores y a las cosas.

Para hacer este viaje tan especial precisamos contar con buenos guías: son los educadores, una pieza delicada en la globalidad pedagógica. Ellos se han ido formando para esta tarea: cultivan virtudes especiales -conocer al educando, servirlo desinteresadamente y amarlo con un amor que va más allá de lo puramente funcional- y saben de métodos que ayudan a que la persona no pierda su objetivo, no se extravíe ni se descuide en tonterías.

Este viaje no se realiza solo: hay aliados de ruta -quizás invisibles pero nunca ausentes- que generan una sinergia nueva: es la comunión entre el esfuerzo humano -“naturaleza”- y la fuerza sobrenatural: la “gracia”. La gracia, recordaba el Fundador basándose en Santo Tomás, “presupone, pero también eleva, perfecciona y sana la naturaleza”. Este principio es central en el pensamiento pedagógico del Padre Kentenich.

El tiempo que lleva realizar el viaje se llama en la terminología kentenijiana: “proceso orgánico”. Como todo crecimiento vital los cambios exigen mucha paciencia, confianza en que todo saldrá bien y constancia para no resignarse cuando los procesos de cambio duran más de lo previsto.

Vale la pena emprender esta aventura, audaz y prometedora, que comienza por uno mismo. Sobre esta realidad no hay “Google Maps” que muestre el territorio, ni mapa que lo identifique claramente. El Padre Kentenich se lo recordaba a los jóvenes, en el albor de su labor pedagógica:

“La autoeducación es un imperativo del tiempo. No se necesita un conocimiento extraordinario del mundo y de los hombres para darse cuenta de que nuestro tiempo, con todo su progreso y sus múltiples experimentos, no consigue liberar al hombre de su vacío interior. Esto se debe a que toda la atención y toda la actividad tiene exclusivamente por objeto el macrocosmos, el gran mundo en torno a nosotros…. Pero a pesar de esto, hay un mundo, siempre viejo y siempre nuevo, el microcosmos, el mundo en pequeño, nuestro propio mundo interior, que permanece desconocido y olvidado. (27.10.1912) 

Todos hemos recibido un don, un hermoso regalo: la propia vida. Podemos hacer con ella algo grande, mediocre o singular. Cada uno es alfarero de su propio destino; con la imagen del viaje: llegar a lugares deslumbrantes y culminar la aventura con el gozo del encuentro. Esa es la pretensión de la pedagogía: mostrarnos algo bello y ayudarnos a alcanzarlo. Vale la pena el final del camino, pero también es apasionante el sendero. El único presupuesto es querer iniciarlo.