El mejor regalo de Navidad

El mejor regalo de Navidad

Autor: O’ Henry (adaptación)

 

Tres veces contó Delia su dinero. Después de tanto ahorrar sólo tenía una moneda de plata y siete de cobre. ¡Y al día siguiente sería Navidad! Delia y su esposo Juan eran jóvenes y muy pobres, vivían muy felices porque se amaban, en un pequeño y viejo departamento.

Delia se dio cuenta de que con el dinero que tenía, no podría comprarle ningún regalo a Juan, había pasado horas soñando y haciendo planes para darle algo bonito. Pero eso ya no sería posible.

Ahora bien, había dos cosas que tenían y que les llenaba de orgullo. Una era el reloj de oro de Juan, que había pertenecido a su padre y a su abuelo. La otra era la cabellera de ella. Su pelo era largo, bellísimo y ondulado. Pensando en esto Delia se le ocurrió una idea para obtener dinero.

Salió a la calle y fue al lugar donde días antes había visto un cartel que decía: “Se compra pelo”. Entró y preguntó: “¿Quiere comprar mi pelo?”

Madame Elda lo examinó cuidadosamente. “Veinte monedas de plata”, dijo. Hicieron el cambio y Delia partió feliz con su dinero a comprar un regalo para Juan. Al fin lo encontró. ¡Era una cadena de oro preciosa! para que Juan pudiera cambiar el viejo y raído cordón de cuero del reloj de su abuelo y así se animara a sacarlo sin avergonzarse para consultar la hora delante de otras personas.

Cuando Juan llegó a su casa después de su trabajo, al ver a Della sin su pelo, quedó inmóvil. Delia fue sonriente a su encuentro. “Juan, amor mío” -exclamó-, “no me mires así. Decidí cortarme el pelo y venderlo, porque me habría sido imposible pasar una Navidad sin hacerte un lindo regalo”.

Juan sacó un paquete del bolsillo de su abrigo y lo puso sobre la mesa. “Mi amada Delia: no creas que un corte de pelo puede hacer que me gustes menos, mi hermosa mujercita. Ahora, si desenvuelves ese paquete, comprenderás por qué me sentí desconcertado cuando te miré”.

Con sus ágiles manos Delia rompió la cinta y el papel de la envoltura. Entonces se oyó un grito y luego lágrimas. ¡Ahí estaban las peinetas para su pelo que tanto había soñado! Delia suspiraba cada vez que en sus paseos con Juan las veía en la vidriera de la joyería del pueblo. “¡Son tan caras!”, suspiraba sin la menor esperanza de que llegaran a ser suyas.

Finalmente pudo levantar los ojos, sonreír y decirle a su amado : “El pelo me volverá a crecer Juan”. Y entonces Delia saltó y llena de ansiedad le dio a él su regalo.

“¡Mira Juan! ¿No es preciosa? Busque esta cadena por toda la ciudad. ¡Ahora podrás ver la hora tantas veces quieras sin preocuparte por quien pueda verte y así lucir el reloj de tu abuelo! Dame tu reloj. Quiero ver cómo se ve con la cadena.”

Juan sonrió, le tomó las manos, la miró tiernamente a los ojos y le dijo: “Delia, vendí el reloj para conseguir el dinero con qué comprarte las peinetas.”

Se abrazaron y comprendieron que cada uno dio al otro su mejor regalo: un corazón capaz de amar dándolo todo para hacerlo feliz.

“Y ahora, ¿qué te parece, Juan, si empezamos a comer y celebramos una nueva Navidad juntos?”