Asunción de María

Asunción de María

La primera lectura de esta solemnidad mariana, hace referencia al Arca de la Alianza del Antiguo Testamento.

El Arca estaba hecha de madera fina y ornamentada con metales preciosos, era de gran belleza, sin embargo lo que la hacía única y realmente preciosa eran las diez Palabras que, escritas sobre piedra, fueron colocadas en su interior: los Mandamientos de la Antigua Alianza.

Es más, las diez Palabra santificaban el Arca, haciéndola sagrada.

Cuando el cristianismo comenzó a extenderse, la persona de María fue adquiriendo un lugar cada vez más central en la vida de la Iglesia.

Pronto la liturgia comienza a llamar a María “Arca de la Nueva Alianza”. Sí, la Iglesia ve en la antigua Arca un símbolo de la nueva y definitiva Arca, es decir: María.

Cuando el Hijo de Dios anidó en el seno de María, ella quedó constituida en la nueva Arca. Guardaba no ya las Diez Palabras de la antigua Ley, sino la única y definitiva Palabra del Padre: Jesús, el Hijo de Dios hecho humanidad.

Tras la Ascensión de Jesús, María quedó al cuidado del apóstol San Juan. Nada se dice del final de María en la tierra. Una tradición muy antigua no habla de la muerte de María, sino de su dormición.

Para la Iglesia primitiva era claro que no podía morir aquella que había sido santificada y consagrada por el Amor del Padre y del Espíritu, y que había albergado en su seno al Hijo de Dios.

Morir implica corrupción, la dormición en cambio significa que, como en éxtasis, María fue asumida en cuerpo y alma al cielo que es la Trinidad.

A esto hace referencia la primera lectura de esta liturgia.

En el texto del Apocalipsis, San Juan sitúa el Arca en el cielo: se abrió el templo de Dios que está en el cielo y quedó a la vista el Arca.

Esta Arca no es de madera fina ni está adornada de metales preciosos, sino que se identifica con el gran signo: una Mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y en la cabeza una corona de doce estrellas.

Seguramente conocemos la diferencia entre Ascensión y Asunción. Jesús ascendió por su propia fuerza divina a los cielos; María, plenamente humana, fue asumida y llevada a los cielos.

Esta fe de la Iglesia naciente se ha mantenido inalterable con los siglos. La Asunción supone que, en el cielo de la Trinidad no sólo está el cuerpo humano de Jesús, sino el de María. Dios hecho hombre y la mujer sagrada y consagrada. El nuevo Adán y la nueva Eva.

¿Qué supone lo dicho para nosotros? Supone que necesitamos de los dos movimientos: ascensión y asunción.

Cuando hablamos de auto-educación, cuando hablamos de desarrollar en nosotros nuestras luces y ver de educar y domesticar nuestras sombras, lo que estamos haciendo es un esfuerzo de ascensión.

Pero no basta nuestro esfuerzo para transformar nuestras vidas, necesitamos de la acción de Dios, de su hacer en nosotros. Es decir, necesitamos ser asumidos, elevados, hacia lo sobrenatural.

Este doble movimiento lo realizamos por la Alianza de Amor con María.

La autoeducación (ascensión) es un compromiso que asumimos al sellar la Alianza. La asunción es el compromiso de María para con nosotros: ella nos asume mediante su acción de Madre y Educadora, se trata de la segunda gracia de peregrinación.

Partiendo de la imagen mariana del Apocalipsis, podemos decir que la autoeducación está representada por la luna y la corona de doce estrellas por la acción de la gracia, que es el ser asumidos por el Amor.

La luna es la imagen de lo veleidoso y cambiante que hay en nosotros. La luna nunca permanece igual, está siempre cambiando: crece, decrece, es luna llena, es luna nueva, aparece y desaparece. Es el símbolo de nuestras inconstancias, por eso nuestra buena voluntad no alcanza.

La gracia de Dios, es decir la fuerza de su Amor que nos toma, es lo que asegura nuestra divinización, el ser asumido por lo divino.

Por eso, para asemejarnos a María, lo nuestro es la Alianza de Amor. Su amor nos cobija transforma y enseña a vivir como ella: una vida enaltecida, noble, digna, plenamente humana y plenamente cristiana.

Esta plenitud divina se manifiesta en el deseo y la fuerza de acoger y realizar la voluntad de Dios, que es lo que resalta el texto evangélico de la liturgia de la Asunción. María es lo que es porque acogió y se identificó con la voluntad de Dios, voluntad impulsada por el más pleno y puro Amor.

Esto es lo que nos ofrece conmemorar la Asunción de María, es pre-vivir la nuestra. ¡Que así sea!

P. Alberto E. Eronti