A la espera del Espíritu Santo

A la espera del Espíritu Santo

Autor: Padre José Kentenich

Los apóstoles reciben del Señor el encargo de realizar una novena mariana de Pentecostés para ser así dignos de recibir el Espíritu Santo.

¿Acaso no debería valer también para nosotros esta consigna? ¡Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo! Y en especial la promesa del Espíritu Santo, de la fuerza que viene de lo alto. ¿Quién de nosotros no la necesita? (…)

Aprovechemos entonces muy bien estos días antes de Pentecostés, a fin de que el Espíritu Santo descienda sobre nosotros y seamos transformados. Para que pasemos a ser, de hombres de pensamientos terrenales a hombres de pensamientos divinos y sobrenaturales; para que en nuestra condición de hijos de Dios crezcamos y maduremos, convirtiéndonos, a partir de ahora, en luchadores de Dios, que den testimonio suyo en todas partes, hasta los confines de la tierra.

Piensen, entonces, en cómo dar forma a los nueve días que tenemos por delante, tanto a nivel individual como comunitario, para que esta novena supere incluso a las de años anteriores. No olviden que se trata de una forma de devoción que cala y fructifica en lo profundo de nuestra vida y de toda nuestra comunidad.

Tres son los métodos, o bien modos de trabajo, o quizás también podemos definirlos como afectos a cultivar: recogimiento, comunidad de oración y compañía de María Santísima. Tengámoslos en cuenta a lo largo de estos días.

Recogimiento

En primer lugar, recogimiento. Conquistémonos un espacio de soledad espiritual. Además de la promesa, Jesús les dio a sus discípulos la consigna de permanecer juntos, de no ir a sus hogares. Y así ellos se dirigieron al Cenáculo. ¡Cuántos recuerdos les vinieron a la mente en aquel recinto! Allí se había sentado el Señor. Allí había instituido la Eucaristía y pronunciado tales y cuales palabras… Si bien los discípulos estaban aún asidos a lo terrenal y tenían un ánimo vacilante y temeroso, la gracia de Dios ya estaba actuando en ellos. (…)

Recojámonos también nosotros espiritualmente, en especial en estos días. Y que uno de los grandes anhelos de nuestra alma sea el clamor: ¡Ven, Espíritu Santo!

Comunidad

Pero les pido además, y con insistencia, que no piensen solo en su propia alma. No; permanezcamos en estrecha comunidad. Porque así lo hicieron los apóstoles. Pidamos unos para otros el Espíritu Santo. (…) El recogimiento de los apóstoles estaba traspasado de ese anhelo y clima de oración. Así lo consigna claramente el libro de los Hechos de los Apóstoles: “Todos ellos perserveraban en la oración, con un mismo espíritu” (He 1,14). Quizás rememoraron entonces tantas palabras que les había dicho el Señor, como, por ejemplo: “Donde están dos o tres reunidos en mi Nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt 18,20). (…)

Renovemos, pues, todos juntos nuestro espíritu de oración. Es cierto que ahora no tenemos mucho tiempo para participar de más momentos comunitarios de oración. Pero por eso mismo, cultivemos la oración silenciosa del corazón mientras trabajamos. Ya hemos dicho a menudo que la oración es el índice de la vida divina en nuestra alma. Tómense el pulso, apliquen el termómetro. ¿Cómo anda mi espíritu de oración? ¿Sigue aún débil? ¡Entonces tiene que venir el Espíritu Santo! En todo caso, sería bueno que, por lo menos, tengamos el anhelo de ese espíritu de oración.

En compañía de María

Hablamos, además, de una novena mariana de Pentecostés. La Santísima Virgen fue entre los apóstoles no solo ejemplo de espíritu de oración, sino a la vez intercesora del mismo, ¿no les parece?

Ella es ejemplo; y no me lo puedo imaginar de otra manera. Porque los apóstoles estaban aún muy apegados a lo terrenal, en cambio María Santísima había recibido ya el Espíritu Santo. Estaba colmada por la gracia. Que esta condición de nuestra Madre del cielo conmueva nuestros corazones y nos llene de un extraordinario entusiasmo por ella. (…)

Congreguémonos, pues, en torno a la Santísima Virgen, para aprender de ella, en recogimiento y en espíritu de oración, la espera de la promesa del Hijo de Dios, de la fuerza de lo alto. Traten de poner en práctica estas reflexiones en los próximos días. (…)
Perseveren, por lo tanto, en la oración, rezando con frecuencia: ¡Ven, Espíritu Santo! Y no se olviden tampoco aquella otra jaculatoria: ¡Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios!

Extractos de una conferencia del P. José Kentenich, del 27 de mayo de 1927 a las Hermanas de María, citada en el libro Soy el fuego de Dios, Editorial Patris.