Un alegato del 2020

Un alegato del 2020

Autor: Juan María Molina


A modo de balance, una invitación para crecer en una mirada creyente sobre este año que se termina.

Una mirada creyente sobre este año que termina

La revista Time en Estados Unidos publicó su sentencia en una portada de principios de diciembre: “2020 the worest year ever”. Para los que no nos llevamos muy bien con el inglés el diseño fue aún más elocuente: ese 2020, tachado en rojo. No hace falta forzar mi pobre inglés ni la escasez de moneda estadounidense para imaginar las razones que se esgrimen al interior de la revista. Sin duda, hemos sido probados en todo sentido y las propias dificultades sólo han sido superadas por las dificultades de algún vecino.

Al llegar cada fin de año es inevitable hacer el ejercicio de los contadores: el balance. En dos columnas prolijas podremos distinguir los ingresos y los gastos; eso mismo que en difícil dicen debe y haber. Siguiendo lo planteado por la revista gringa, es de pensar que los números sean rojos. Rojos en pérdidas humanas, rojos en verdad y transparencia, rojos en desarrollo, rojos en pobreza, rojos en derechos humanos, rojos de vergüenza. Todo rojo. Sin embargo, no somos contadores encargados de ordenar y dar cuentas ni tampoco somos periodistas sensacionalistas encargados de hacer títulos rutilantes que vendan e impacten. Somos creyentes. Somos familia del Padre.

¿Qué significa mirar el año desde una mirada creyente? Me apuro en responder para no ser acusado de ingenuo: significa creer que incluso en medio de las dificultades más grandes, Dios interviene. Es lo que en Schoenstatt definimos como “fe práctica en la divina providencia”, aunque debemos recordar que más que un método es una cosmovisión. Esto es parte de la enseñanza de Pablo a los romanos cuando les invita a creer que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien (cf. Rom.8,28).

No estará de más enfatizar que esta mirada creyente de ninguna manera es ni puede ser una mirada ingenua, sobrenaturalista ni indiferente a las dificultades de este año. Esas miradas a menudo pecan en su fundamento: la auténtica mirada creyente no escapa de la realidad. Incluso más, me animo a afirmar que está tan imbuido en lo que pasa que sufre con ello. En la propia realidad y en la de los demás. Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo (cf. GS, 1).  

En ese sentido enseña Francisco en Fratelli Tutti: “La verdadera sabiduría supone el encuentro con la realidad… Se opera un mecanismo de ‘selección’ y se crea el hábito de separar inmediatamente lo que me gusta de lo que no me gusta, lo atractivo de lo feo” (FT 47). Dicho en otros términos, es recibir la vida como viene. Por lo mismo, la mirada creyente sobre la realidad es una mirada amante. Poéticamente lo explica el sacerdote portugués José Tolentino Mendonca: “Es necesario elegir… Entre amar la vida hipotéticamente por lo que se espera de ella o amarla incondicionalmente por lo que es, muchas veces, pura impotencia, pura pérdida, carencia irresoluble.[1]

Cuando miramos este año que se nos va desde una mirada creyente podemos ver el futuro de otra manera: tomamos distancia del resignarse que “es una cobardía, es el sentimiento que justifica el abandono de aquello por lo cual vale la pena luchar, es, de alguna manera, una indignidad[2] para dar lugar a esa esperanza que “es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna” (FT 55). Es necesaria la mirada creyente. Más aun cuando detrás del fomento de esa resignación y desesperanza hay otros intereses. Según nos advierte Francisco en la citada encíclica: “la mejor manera de dominar y de avanzar sin límites es sembrar la desesperanza y suscitar la desconfianza constante, aun disfrazada detrás de la defensa de algunos valores” (FT15).

¿Es posible mirar este año con la cosmovisión de la fe práctica en la divina providencia? ¿Somos capaces de tocar la realidad de este año difícil e incluso amarla para así descubrir que Dios estuvo ahí presente? ¿Tendremos la audacia de mirar con esperanza o nos dejaremos vencer por la cobardía de la resignación? Hagámoslo juntos para no encandilarnos con esas paganas luces monocromáticas que nos quieren hacer creer que en este 2020 no hay absolutamente nada que rescatar porque ha sido el peor año de la historia.


No asustarse con la mezcla

Puede parecer un poco morboso ir en contra de la natural tendencia de olvidar lo malo. Sin embargo, eso se parece más a esconder la basura debajo de la alfombra que a una auténtica mirada creyente. Esta es una de las enseñanzas fundamentales de este tiempo de Navidad que estamos celebrando: Jesús nace en un pesebre. Entre dificultades y deficiencias, Jesús nace. Por lo mismo, “si nos atrevemos a llegar a las periferias, allí lo encontraremos, él ya estará allí. Jesús nos primerea en el corazón de aquel hermano, en su carne herida, en su vida oprimida, en su alma oscurecida. Él ya está allí (GE135). Después de este año podremos también decir que la presencia de Jesús la podemos encontrar en nuestra carne herida, en nuestra vida oprimida, en nuestra alma oscurecida, en nuestra propia periferia. Recordaremos así que la salvación de Cristo alcanza la plenitud en la Pascua (y no antes).

Leyendo en estos días al escritor italiano Alessandro Baricco, encontré una buena ruta para mirar este año. “El mapa de lo que estamos llevando a cabo está dibujado en el revés de nuestros miedos[3], propone el autor. Me pareció un buen ejercicio indagar en qué es lo que custodiamos detrás de los miedos y dolores de este año. Nuevamente, no se trata de desentenderse de todo ello sino de mirar su reverso. En esta tarea me dio buenas pistas uno de los filósofos más renombrados de Francia, Comte-Sponville. Ateo y humanista, en una entrevista que leí (me) dejó una frase a modo de pregunta que me iluminó en ese sentido: “¿Somos capaces de amar la vida tal como es -es decir, mortal- y por tanto de aceptar nuestra finitud?”[4].

Precisamente, tengo la impresión de que si algo nos enrostró este año fue la conciencia de nuestra finitud, de nuestra fragilidad, de nuestra vulnerabilidad. Este sentimiento ha sido tan democrático como la pandemia: no conoció diferencias sociales, culturales ni políticas. Nos ha hecho recordar que estamos todos en la misma barca. Y, más grave aún, “deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. […] Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa bendita pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.” (FT32) Con la caída de todo eso, una primera pregunta para este balance creyente, puede ser: ¿qué quedó en pie? Como dice un poeta amigo al que nunca conocí personalmente: “cuando mi contorno se estremece, eres Tu el amigo y permaneces”[5].

Crecer en nuestra fe es ser capaces de mirar los matices de la vida interpretando el tiempo en que vivimos, así como sabemos que cuando vemos nubes levantarse en occidente va a llover (cf. Lc.12,54-56).  Madurar nuestra fe es no regalar nuestra mirada de la realidad a los vientos de moda para vivir desde nuestras propias fuerzas. Como el pueblo de Israel en los años del exilio (cf. Is.33-45) y los primeros seguidores de Jesús (cf. Mc.8), en este alegato del 2020 reconocemos que este año pudo favorecer el crecimiento y la maduración de nuestra fe. En ese sentido otra pregunta que nos puede ayudar: ¿cómo ha impactado en mi espiritualidad todo lo que vivimos? ¿qué imagen de Dios se me reveló? Desde la mirada creyente, este año nos ha posibilitado vivir en el espíritu de las bienaventuranzas (cf. Mt.5). Adentrarse en las contradicciones de la vida -particularmente de este año-, es hacer experiencia de las Bienaventuranzas. Es lo que pasa cuando somos capaces de vivir la realidad sin recortes ni atajos, con el valor y el sabor de la normalidad cotidiana.   

En una de esas podremos darnos cuenta de que este año no fue el peor de la historia, sino que dolorosamente ha desarmado lo que nosotros teníamos previsto, lo que teníamos por éxito y ha despertado fuerzas nuevas ¿Hay algo rescatable de este año? Situaciones como las que estamos viviendo no permiten mucha preparación, pero una vez en ellas desde esta perspectiva creyente y con una fe práctica en la divina providencia, es posible sacar mucho provecho. El triunfo final de Dios en la resurrección de Jesús nos lo confirma. Solamente una cosa impide reconocer lo rescatable de este año: no aceptar que la realidad es mezcla, que vivimos en la mezcla, que somos mezcla ¿Saldremos mejores? Del discernimiento y de la acogida al Dios que se nos revela en estas circunstancias depende.


Para una síntesis personal

Podemos dar un paso más. Si hasta ahora venimos un poco en el aire, se me ocurren algunas orientaciones para descubrir algunos ámbitos en donde podremos salvar este año recapitulando de una manera más consciente lo que venimos desarrollando. Serán espacios arbitrarios, personales; casi como una ventilación de mi mundo interior y de lo que yo he vivido.

Empezando por lo más elemental, nos hará bien contemplar la aparente insignificancia de nuestra realidad cotidiana tan afectada por la pandemia. Esa sucesión de instantes que conformaron nuestro día a día y así nuestro año. No hay otra manera de alcanzar la eternidad que ahondando en el instante…  Hay que re-valorar el pequeño lugar y el poco tiempo en que vivimos[6]. Contemplar lo insignificante, allí donde no pasa nada y hay puro despliegue del ser. “La alabanza de la creación no es un extra, un añadido a lo que es, sino en el resplandor de su ser[7]. Por lo mismo en este año será mejor preguntarnos quiénes fuimos que preguntarnos qué hicimos ¿Qué talentos nuevos descubrí? ¿Qué aspectos de mi personalidad y de mi identidad se iluminaron? ¿Y de los que compartí la cotidiana insignificancia? Puede ser paradójico, pero en lo más pequeño se ve lo más grande. Así también nos lo recuerda nuestro fundador: “¿cuántas veces en la historia fue lo pequeño e insignificante el inicio de lo grande, de lo más grande?”[8]. Lo insignificante se cuida, se celebra, se valora y se comparte formando una red de insignificancias llenas de sentido.

Un segundo ámbito no tan distante de lo anterior en donde podremos rescatar algo de lo vivido en este 2020, es en nuestra vivencia religiosa y espiritual. La religión es la relación trascendental y original del hombre con el fundamento de su sentido, existencia, esencia. Así lo aprendí para el examen de mi carrera en que menos brillé, pero al menos me sirve para plantear esta pregunta prácticamente existencial: ¿cómo fue esa relación con el que es fundamento? Tengo la impresión de que este año exigió a nuestra fe las respuestas más importantes, más personales y más auténticas. Eso posibilita pasar de una vivencia religiosa y espiritual sostenida por la tradición o la costumbre o la rutina a una vivencia religiosa arraigada en la propia experiencia de Cristo. Más aun para nosotros los schoenstatteanos. Después de este año habrá un futuro prometedor si dejamos de buscar en nuestro camino de fe una seguridad y empezamos a buscar Vidaque es amistad con Jesucristo y cercanía de la Mater en Schoenstatt capaz de hacer nuevas todas las cosas (Cf. Ap.2,15)

Un tercer ámbito tiene que ver con mis relaciones y mis vínculos en el sentido más amplio de estas palabras. Porque a pesar del aislamiento que este año impuso, “no puedo reducir mi vida a la relación con un pequeño grupo, ni siquiera a mi propia familia, porque es imposible entenderme sin un tejido más amplio de relaciones: no sólo el actual sino también el que me precede y me fue configurando a lo largo de mi vida” (FT89). Por lo mismo nos hará bien agradecer esas personas que me sostuvieron en este año, aquella “nube de testigos…del combate que se nos presenta” (Hb.12,1). Los que están siempre y los amigos nuevos. Al final de cuentas, “alcanzamos plenitud cuando rompemos las paredes y el corazón se nos llena de nombres y de rostros” (EG274)


El nacimiento

Finalmente, una experiencia personal. Hace unos meses nació Iñaki mi sobrino. En medio del peor momento de la pandemia y de la cuarentena, mi cuñada tuvo el coraje de dar a luz. Después de mi ordenación diaconal y ya de regreso en Argentina, tuve oportunidad de celebrar el Bautismo. La escena fue por demás significativa y para mis adentros quise recitarle estos versos de Ismael Serrano: Verás que hay días con espinas y que puede doler vivir, pero recuerda que cada día el mundo amanece en ti”[9]. Ver al recién nacido trae una novedad con la que no contábamos. Ver al recién nacido nos habla de promesa. Ver al recién nacido nos compromete con el futuro. En medio de este complicadísimo 2020, celebramos navidad. Ordenemos la paja y los animales de nuestro pesebre para reconocer a este Niño que ya nació en medio nuestro.


[1] Mendonca, José Tolentino. “Pequeña teología de la lentitud”. Ed Fragmenta (2017) p 36-37.

[2] Sábato, Ernesto. “La resistencia”. Ed. Planeta. 21 Edición (2006) p 132

[3] Baricco, Alessandro. “The game”. Ed Anagrama, Barcelona. 2019 p.23

[4] Comte-Sponville. “Los más jóvenes pagarán el precio de las medidas contra la pandemia”. Entrevista diario La Nación 1/12/2020 disponible en: https://www.lanacion.com.ar/el-mundo/comte-sponville-los-mas-jovenes-pagaran-precio-medidas-nid2526858

[5] Gumucio, Esteban. “Quiero ser tu amigo, Jesucristo”

[6] Sábato, Ernesto. “La resistencia”. Ed. Planeta. 21 Edición (2006) p 18-19

[7] Bauckham en Elizabeth Johnson, “La comunidad de la creación

[8] Kentenich, J. “Acta de prefundación”

[9] Serrano, Ismael. “Regalo para un primer cumpleaños”