En tus manos, Padre, semillas de esperanza

En tus manos, Padre, semillas de esperanza

Testimonio: María Sol Astié

MENDOZA. Comenzaba otro año y los meses empezaron a correr. Sin darme cuenta, ya había llegado la Cuaresma y sentía en mí el deseo de querer vivir una Semana Santa distinta, entregarme por amor. No creo que haya sido casualidad que, al poco tiempo, gracias a una amiga me enteré de la realización del tercer y último año consecutivo de la misión “Via Iesum” en el barrio el Algarrobal del distrito de la provincia de Mendoza, Las Heras. Me inscribí inmediatamente para no correr el riesgo de bajar los brazos. Fue en ese momento cuando le di el sí a María para ser su misionera.

El día miércoles 28 de marzo, más de 100 jóvenes nos encontramos para comenzar la misión. Fuimos divididos en 5 comunidades y trasladados a diferentes colegios. Al día siguiente ya me sentía parte de una pequeña familia que compartía el mismo sentimiento y el ardor de la fe. Luego de un buen desayuno, tuvimos un tiempo de reflexión donde nos explicaron el sentido espiritual de aquel Via Iesum que se centraba en el lema “En tus manos, Padre, semillas de esperanza”. Después de haber armado las parejas de misión y acompañados por la Mater, comenzamos el propósito de aquellos días.

Personalmente, estaba ansiosa y nerviosa por ser la primera vez que hacía algo así. Tardé poco en darme cuenta de lo grandioso que era ser instrumento de Dios y, abandonando todo en sus manos, dejé que su Madre obrara milagros.

Algo sorprendente no fue únicamente ser recibida en la mayoría de las casas. En la misa del Jueves Santo, sentí la importancia de la vida ya que el lavatorio de los pies fue realizado a niños y bebés para resaltar la grandeza de Dios en lo pequeño.

El viernes, logré contemplar la pasión y muerte de Jesús en mi alma. Fui testigo de la salvación y logré sentirme identificada con diferentes personajes del evangelio: Pedro, Judas, Simón, Juan, José de Arimatea, las mujeres, y fue la primera vez donde sentí el profundo dolor de María.

De esa manera transcurrieron días y momentos de inmensa alegría, compasión y conversión. Además, logré introducirme en el carisma del movimiento gracias a un espacio guiado por la hermana M. Angelina, quien nos contó hitos esenciales en relación a su fundador.

No solo fui testigo de una realidad nueva, sino que también pude conocer universitarios de mi edad con los que tuve la oportunidad de formar nuevas amistades.
El día de la Pascua, me sentí una mujer nueva, llena de Dios y con ganas de compartirlo. Todo eso pude transmitirlo en la “misión creativa” donde nos despedimos del barrio y terminamos de formar los surcos para plantar pequeñas semillas.

Regresé a mi casa feliz de haber abandonado el descanso de cuatro días, mi hogar, mi estudio, para haber podido acompañar y servir a Dios de la mano de su Madre, MI Madre. La misión no terminó allí, ahora comienza de otro modo. En lo ordinario de mi vida, llevar a Jesús a todos los corazones y así cosechar frutos de aquellas semillas.