El Santuario de Schoenstatt, un oasis

El Santuario de Schoenstatt, un oasis

Quizás conocemos el diálogo de los dos beduinos que caminaban por el desierto:

– Dime, ¿cuál es, a tu parecer, el pecado más grande que puede cometerse?
– ¡El mayor pecado es matar a un amigo!
– No. Ése no es el mayor pecado.
El otro preguntó: – ¿Será pues robarle, mentir o traicionarlo?
– Tampoco.
Caminaron unos metros en silencio.
– Y bien, ¿podrías decirme entonces cuál es el mayor pecado?
– Ciertamente, el pecado más grande es andar por el desierto, haber descubierto un oasis y no contárselo a sus amigos.

En la vida es necesario contar con un hogar, que es un lugar de pertenencia y un oasis. No es bueno vivir siempre en la calle. Los Santuarios de Schoenstatt, esas pequeñas capillas de la Virgen, cumplen esta función de una forma maravillosa. Su historia se remonta a 1914, cuando un grupo de jóvenes, asistido por su padre espiritual, le pidió a María que se estableciera en una capilla abandonada, ubicada en el valle de Schoenstatt, cerca de Coblenza, en Alemania: “No podríamos realizar una acción apostólica más grande –les dijo el Padre Kentenich– ni dejar a nuestros sucesores una herencia más preciosa que inducir a la Virgen a que erija aquí su trono de manera especial, que reparta sus tesoros y obre milagros de gracia”. María tomó en serio este pedido y, desde ese momento, quiso anidar en esas pequeñas evocaciones del cielo que son los Santuarios.

Al peregrino que la visita allí, le regala tres gracias: primero, sentirse en casa, protegido, más seguro, experimentándolo a Dios un poco más cerca. Luego, permitirle cambiar el corazón de hombre viejo –un corazón siempre rebelde– en hombre nuevo, más solidario, religioso y más pleno de esperanza. Y una tercera  gracia: movilizar al peregrino para que sea un buen apóstol. En tiempos de tibieza espiritual y conformismo, es bueno que alguien nos sacuda y nos envíe.

En la Argentina hay veinte Santuarios de Schoenstatt. No son lugares cerrados ni exclusivos, sino abiertos a todos los que deseen sentir la cercanía de María. También existen cientos de Ermitas de la Madre tres veces Admirable que van poblando la geografía argentina y diciéndonos que es posible tener pequeños reflejos del cielo en esta tierra. Con un alma silenciosa, el devoto de la Virgen puede llegar a una ermita y ratificar que la afirmación del Padre Kentenich no es utópica: “Tu santo corazón es para el mundo, el refugio de paz, el signo de elección y la puerta del cielo”.